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Hasta la vereda tropical, una despedida a Gonzalo Millán Curiel-Alcaraz

El adiós del periodista Agustín del Castillo a uno de los precursores de la conservación del jaguar en la selva de la costa de Jalisco

Por: Agustín del Castillo

5 de enero de 2020.-«Este proyecto tú nos empujaste a hacerlo», me dijo con una amplia sonrisa que contrastaba con su rostro habitual de hombre grave y serio, que ya se poblaba de canas, y que en su tez morena y su charla pausada reflejaba la pacífica complejidad de la región que lo vio nacer, en Casimiro Castillo, muchas décadas atrás, y que luego conquistó como profesional forestal, al establecerse en El Tuito, muy cerca de Puerto Vallarta, labor y estilo de vida en los que ya había hecho huesos viejos.

Gonzalo Millán Curiel-Alcaraz, prestador de servicios técnicos forestales, ya era ex alcalde de Cabo Corrientes, pero era difícil encontrar quién conociera mejor la costa norte de Jalisco, con sus variados ecosistemas, y sus dispersos y taciturnos pobladores.

Gonzalo Millán Curiel

Eran los comienzos del año 2004 y ya se había decidido a convencer a los comuneros de Santa Cruz del Tuito para establecer un albergue para una hembra jaguar que había rescatado un vecino de Bioto, don Gil, en las aguas de 2003, y cuya historia habíamos llevado, mi compañero fotógrafo Marco A Vargas y yo, a las páginas de Público Milenio, en agosto de ese año, en un proyecto ambicioso de periodismo ambiental que llamamos «Arterias de vida, los ríos de occidente», que nos llevó dos años de trabajo por nueve estados de la república.

El de la Pecas, como fue sencillamente nombrada la cría huérfana, fue un hallazgo sorprendente, maravilloso: la presencia de jaguares en ese territorio se tornó mediática. Los moradores de la región no dejan de registrarla desde tiempos inmemoriales, pero hacia fuera, la fama era distinta: incluso científicos de Guadalajara me preguntaban perplejos si era verdad que la Panthera onca sobrevivía en ese entorno tan colonizado y presionado por la infraestructura.

Allí estaban las fotos, las entrevistas, las visitas con cámaras a ese rincón apartado de Jalisco; pero sobre todo, allí estaba la «tigra», a la espera de su refugio, en la casa de Gonzalo, a la entrada de El Tuito, un viejo y pintoresco poblado de montaña a escasos kilómetros de la ardiente línea costera.

La Pecas, con la disciplina y el espíritu constructivo de Gonzalo, vertebró una empresa de conservación audaz: el albergue de 1.1 hectáreas, en un potrero facilitado por el comunero Enerio, permitiría a la aún cachorra sobrevivir, cazar y recuperar algo de la huella de lo salvaje que le ordenaba su genética. Pero además, daría pie a la reproducción con fines de preservación e investigación.

Con el paso de los años pude documentar, con apoyo de Gonzalo, de los pobladores entusiastas de El Tuito, y con la ciencia que ya acumulaba para entonces el investigador Rodrigo Núñez Pérez, desde la Reserva de la biosfera Chamela-Cuixmala -unos 80 kilómetros al sur, sobre el mismo litoral-, las complejidades del contexto territorial y social de una especie que por su belleza y tamaño es considerada carismática.

Tan lo fue, que después permitió detonar un ambicioso monitoreo con el apoyo de la tecnología de las fototrampas que Rodrigo había usado con tanto éxito en Chamela, y con financiamientos del Gobierno de Jalisco y de la Comisión Nacional Forestal.

Se puede decir que a partir de la apuesta de Gonzalo Millán Curiel-Alcaraz se ha consolidado el conocimiento de la «vereda tropical» (como la romántica y sensual canción del famoso compositor homónimo tapatío) como territorio de jaguar.

También puedo afirmar que el proyecto ayudó a aguzar la sensibilidad de mi amigo hacia el entorno natural: le afinó el alma. Su realista perspectiva economicista del territorio asumió con sensatez la necesidad de conservar los bienes naturales como cimiento de cualquier posibilidad de éxito económico, y en última instancia, de desarrollo, para sus habitantes.

La Pecas tuvo altibajos, y para muchos terminó el proyecto en fracaso cuando, desprovisto de los apoyos federales, decidió cerrar el albergue ante los altos costos de alimentar a la hembra y su pareja en turno, el joven jaguar Lucky.

La hembra avejentada fue entregada a un albergue en la zona del Ajusco hace alrededor de año y medio. El macho fue derivado a Puerto Vallarta. Pero el optimismo de Gonzalo sacó lecciones positivas: antes de ese proyecto, el jaguar no era visible.

Ahora, todos los visitantes en la costa de Jalisco se preguntan si será posible avistar alguna vez a la majestuosa pantera americana. También, los conservacionistas tiene puesta de forma constante la lupa para que el corredor de la especie no sea destruido por los intereses desarrollistas de corto plazo.

La última vez que visité a Gonzalo fue en enero de 2020, y platicamos largamente para mi programa Territorio Reportaje sobre los incendios y la conservación de las selvas, los retos de Sembrando Vida, la debilidad del Estado mexicano para garantizar la ley en la zona, y la necesidad de que la economía sustente a largo plazo las posibilidades de conservación en la región. Pero en estos tiempos en que la muerte parece acechar con más impaciencia, mi amigo se ha ido prematuramente por un fulminante accidente cardiovascular, desde su apacible heredad.

Nuestra amistad, marcada por la sosegada escucha de los relatos de su tierra verde y solar que fue por mucho tiempo remota y hoy es codiciada; por los debates desarrollistas, por la curiosidad geográfica y por los detalles legendarios o reales de su historia particular, ha sido interrumpida, pero quedará el recuerdo a través de muchas páginas que he podido escribir con sus testimonios y su servicio de guía de campo por la extraordinaria y feraz región desde hace más de un cuarto de siglo. Sobre todo, la memoria de un pedazo de vida en que pese a su discreción personal, ha aceptado ser ese sonido de fondo que ha hecho posibles muchos relatos periodísticos que han marcado mi carrera de reportero.

A su familia, en especial, a su hija Lulú Curiel, mi mayor deseo de que la pérdida sea superada por recuerdos de los buenos tiempos que nunca se van. A mi amigo, la paz silenciosa tras la prueba superada y las semillas sembradas en el curso del vivir.

Agustín del Castillo

Periodista especializado en temas de medio ambiente. Ganador del premio para América Latina de la Fundación Reuters y la UICN en el año 2008. Obtuvo el Reconocimiento Nacional de Conservación de la Naturaleza en 2005, y el premio nacional de periodismo ambiental 2010 patrocinado por la UdeG y Greenpeace. Galardonado en varias ocasiones con el Premio Jalisco de Periodismo.