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Manglares y pastos marinos ayudarían a países a incrementar su ambición climática

Solo los manglares pueden almacenar de 3 a 4 veces más carbono por área que la mayoría de los bosques terrestres y, si no son perturbados, el carbono fijado en su suelo puede permanecer allí durante siglos, incluso milenios.

Por: Michelle Soto / Latinclima 
Foto principal: Jeannina Cordero

11 de febrero de 2020.- En el transcurso de este año 2020, en el marco del Acuerdo de París, los países deberán revisar sus actuales metas climáticas y comunicar sus nuevos compromisos a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático. También deberán cumplir con una condición: deben ser aún más ambiciosos que sus antecesores.

En este sentido, algunos países están volviendo sus ojos a las costas y al mar con tal de encontrar en los ecosistemas marinos la clave que les permitirá ser más ambiciosos en sus Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés).

¿Por qué mirar a la costa y al mar? Los ecosistemas de manglar, las marismas (tipo de humedal costero que depende de las mareas) y los pastos marinos se encuentran en todos los continentes, excepto Antártida. Estos cubren aproximadamente 49 millones de hectáreas, en las cuales se secuestra y almacena grandes cantidades de carbono tanto en las plantas (hojas, ramas, tallos y raíces) como en la hojarasca (hojas caídas), madera seca y sedimentos.

Según la Iniciativa de Carbono Azul -integrada por UNESCO, Conservación Internacional (CI) y la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)-, los hábitats costeros representan la mitad del total de carbono secuestrado en los sedimentos oceánicos y los océanos son los campeones de la captura de carbono al librarnos del 30% de los gases de efecto invernadero (GEI) que se acumulan en la atmósfera.

Solo los manglares pueden almacenar de tres a cuatro veces más carbono por área que la mayoría de los bosques terrestres y, si no son perturbados, el carbono fijado en su suelo puede permanecer allí durante siglos, incluso milenios.

No solo eso, estos ecosistemas brindan muchos más beneficios; por ejemplo, funcionan de filtro para incrementar, así, la calidad de las aguas costeras que desembocan en el océano y, con ello, proteger a los arrecifes coralinos que son importantes para el turismo y la pesca. También, los ecosistemas de carbono azul son viveros de especies de interés comercial y, por tanto, fuente de proteína para las comunidades costeras; además, protegen a las personas ante inundaciones, tormentas y erosión costera.

“Se estima que los manglares tienen un valor de al menos, 1.600 millones de dólares anuales en servicios ecosistémicos que apoyan los medios de vida costeros y las poblaciones humanas en todo el mundo”, señala la Iniciativa de Carbono Azul.

Debido a ello, cada vez más países están contemplando incluir el carbono azul en sus NDC y, con ello, estarían siguiéndole los pasos a Baréin, Filipinas, Seychelles, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos.

Carbono azul en los NDC

Algunos países ya han incorporado a los manglares, las marismas y los pastos marinos en sus NDC. Según el informe de Climate Focus titulado “Carbono azul costero y Artículo 6. Implicaciones y oportunidades” (2018), de todos los países firmantes del Acuerdo de París, 151 países mencionan al menos un ecosistema de carbono azul (pastos marinos, marismas o manglares) en sus NDC y 71 países nombran a los tres.

De los NDC revisados por Climate Focus, 28 países incluyen una referencia a los humedales costeros en términos de mitigación, mientras que 59 países incluyen los ecosistemas y las zonas costeras en sus estrategias de adaptación.  

Uno de estos países es Baréin, en el Golfo Pérsico, el cual reconoce el aporte que realiza sus manglares y pastos marinos en sus metas climáticas al 2030. Es más, sus NDC hacen referencia explícita al carbono azul y lo ven como una medida de adaptación con co-beneficios en mitigación.

Así lo destaca el reporte “Carbono Azul – Inventario de Contribuciones Nacionalmente Determinadas”, generado por Blue Climate Solutions, The Nature Conservancy, UICN, GRID-Arendal, CI y World Wildlife Fund (WWF).

El reporte también menciona a Filipinas, cuyas NDC visualizan la protección legal de estos ecosistemas de carbono azul como una medida de adaptación y también ven en su conservación una manera de alcanzar las metas de biodiversidad contempladas en el marco de la Convención de Diversidad Biológica (CDB).

En esa misma línea está Seychelles -en África-, que visualiza la protección de sus ecosistemas costeros como medida de adaptación. “Incluir el carbono azul en las NDC es una forma de incrementar la ambición, pero también estamos incrementando la resiliencia del océano como sumidero de carbono”, manifestó Ronny Jumeau, embajador de Seychelles, durante un evento paralelo auspiciado por CI en el marco de la cumbre climática que tuvo lugar en Madrid en diciembre del 2019. 

Arabia Saudita también visualiza el manejo costero y la reforestación de manglares como medidas de adaptación dentro de sus NDC, mientras que Emiratos Árabes Unidos propone minimizar los impactos en los ecosistemas de carbono azul como medida de mitigación.

Australia, por su parte, es uno de los países que piensa incluir el carbono azul en sus NDC y ya está empezando a medirlo dentro de su inventario de emisiones, así lo indicó su ministro de Energía, Angus Taylor, durante el evento paralelo auspiciado por CI.

De hecho, y según Tamara Thomas de CI, la Iniciativa de Carbono Azul está trabajando en directrices para orientar a los países en el proceso de incluir el carbono azul dentro de sus NDC. Se espera que estén listas a mediados del 2020.

Soluciones basadas en la naturaleza

Las soluciones basadas en naturaleza contemplan aquellas actividades que aumentan la mitigación del cambio climático desde la naturaleza e incluyen co-beneficios en adaptación. El carbono azul es un ejemplo de ello, con la ventaja de que, y según Thomas, también permite alcanzar metas relativas a la CDB, a la Convención de Ramsar (referida a humedales de importancia internacional) y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

“La acción climática desde la naturaleza (…) tiene el potencial de proporcionar más de un tercio de las reducciones mundiales de las emisiones de GEI, asegurar la integridad de los ecosistemas y los servicios de los ecosistemas y contribuir a los beneficios de la adaptación. Actualmente, estas soluciones basadas en naturaleza están subrepresentadas en las actuales NDC de los países”, se lee en la “Guía para la inclusión de la naturaleza en las NDC”, elaborada por Nature4Climate, CI, TNC, Environmental Defense Fund, National Wildlife Federation, Land Use & Climate Knowledge Initiative, Climate Advisers y WCS.

“La buena noticia es que cualquier país puede empezar ahora mismo, en cualquier punto en el que se encuentre”, declaró Thomas en el evento paralelo.

Para Carlos Manuel Rodríguez, ministro de Ambiente y Energía de Costa Rica, el “carbono azul es uno de los temas que tiene más futuro”.

Por un lado, si bien se requiere financiamiento para realizar los estudios de línea base y monitoreo, así como el capital para pagar mano de obra, la restauración de manglares como tal es económicamente viable. Según Malik Amiin, ministro de Ambiente y asesor en cambio climático de Pakistán, la restauración es costo-efectiva ya que el mismo ecosistema brinda la semilla y esto favorece la sobrevivencia de la planta de mangle, además el océano provee el agua por lo que no hay que invertir en riego.

También, y en el marco de una dinámica de mercado, el carbono azul ofrece una serie de oportunidades. Según comentó Aiyaz Sayed Khaiyum, ministro de Economía de Fiji, en el evento paralelo auspiciado por CI, después de que el país alcance la carbono neutralidad en el 2050, su intención es crear bonos de carbono azul que puedan ser atractivos a la industria del transporte de carga para compensar sus emisiones.

Eso sí, para el ministro costarricense se requieren dos cosas: mejores precios de mercado y reglas claras en torno al Artículo 6 del Acuerdo de París, el cual contempla mecanismos de cooperación y dentro de estos están los mercados de carbono.

“A diferencia de los mercados de carbono del Protocolo de Kioto, en el marco del Acuerdo de París todas las Partes (miembros de la Convención) tienen ahora compromisos de reducción de emisiones, lo que significa que los países en desarrollo ya no pueden vender y transferir libremente todas sus reducciones de emisiones. Los países en desarrollo tendrán que evaluar el nivel de mitigación que debe alcanzarse y mantenerse en el país para cumplir con sus propios objetivos de NDC. Además, dado que todas las Partes en el Acuerdo de París funcionan con normas comunes, todas ellas podrían convertirse en vendedores y compradores de reducciones de emisiones si se comprometen con los enfoques de cooperación desarrollados en virtud del Artículo 6 del Acuerdo”, se lee en el reporte de Climate Focus.

Asimismo, Climate Focus advierte que si bien el Artículo 6 ofrece una nueva oportunidad para financiar el carbono azul, también se presentan varios retos por resolver antes de que esto sea posible.

En 2013, el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) elaboró un suplemento dedicado a humedales para facilitar la incorporación de los ecosistemas de carbono azul dentro de los inventarios de emisiones.

“Hasta ahora, solo unos pocos países desarrollados han utilizado el Suplemento sobre los Humedales y muchos han descrito una serie de dificultades para obtener datos de actividad y aplicar sistemáticamente las metodologías adicionales relacionadas con los humedales costeros (entre otros tipos de humedales). Por lo tanto, un primer obstáculo importante podría superarse si se emprendiera una recolección más sistemática de datos nacionales, la evaluación y la presentación de informes sobre los humedales en general y sobre las emisiones de carbono azul de las costas más específicamente”, indica Climate Focus.

Es decir, es necesario que los países evalúen las existencias de carbono (la cantidad total de carbono almacenado dentro de un área en particular) y monitorear los cambios en esas existencias a lo largo del tiempo, así como de las emisiones de GEI.

A muchos países se les dificulta no solo financiar los estudios base que servirán de referencia sino también los esfuerzos posteriores de monitoreo. Aparte, no todas las naciones cuentan con las capacidades técnicas necesarias para realizar estos inventarios de carbono azul.

El otro gran reto está en evitar la doble contabilidad. Climate Focus explica: “si las actividades de mitigación del carbono azul costero están incluidas en el alcance de las NDC de un país anfitrión, cualquier transferencia internacional de resultados de mitigación de esas actividades requerirá ajustes de contabilidad a nivel de inventario o de NDC para que las reducciones de emisiones no se cuenten dos veces. Para poder efectuar adecuadamente estos ajustes contables, el país de acogida tendrá que cuantificar sus NDC y los esfuerzos de mitigación que se esperan de las intervenciones de carbono azul costero.

”Por extensión, antes de transferir los resultados de mitigación de las intervenciones de carbono azul, el país anfitrión necesitará evaluar estratégicamente qué porción de estos resultados de mitigación deben ser retenidos en el país a fin de cumplir con sus propios compromisos incondicionales con los NDC”.

Durante la 25 Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP25) no se lograron acordar reglas que permitan la adecuada implementación del Artículo 6 del Acuerdo de París. Esa negociación será retomada en la COP26, la cual tendrá lugar en Glasgow (Escocia) en noviembre de 2020.

El imperativo de restaurar los ecosistemas de carbono azul

En manglares, marismas y pastos marinos, el carbono se acumula tanto en las hojas, ramas, tallos y raíces de las plantas como en la hojarasca, la madera seca y el suelo. Cuando estos ecosistemas se degradan o destruyen, todo ese carbono acumulado por siglos se libera a la atmósfera. De hecho, y según datos de la Iniciativa de Carbono Azul, se calcula que anualmente se liberan hasta 1.020 millones de toneladas de dióxido de carbono debido a ecosistemas costeros degradados, lo que equivale al 19% de las emisiones provenientes de la deforestación tropical en todo el mundo.

Lamentablemente, estos ecosistemas se encuentran bajo gran y constante presión a causa del desarrollo costero y la agricultura. “Cuando se elimina la vegetación y la tierra se drena o se draga con fines de desarrollo económico (por ejemplo, la remoción de bosques de manglares para la cría de camarones, el drenaje de marismas para la agricultura y el dragado en lechos de pastos marinos), los sedimentos quedan expuestos a la atmósfera o a la columna de agua, lo que causa que el carbono almacenado en el sedimento se combine con el oxígeno del aire para formar dióxido de carbono y otros GEI que se liberan hacia la atmósfera y el océano”, explica la Iniciativa de Carbono Azul.

Se calcula que se destruyen entre 340.000 y 980.000 hectáreas de manglares, marismas y pastos marinos al año. Los científicos estiman que se han perdido hasta el 67% de la distribución histórica global de los manglares, el 35% de las marismas y el 29% de los pastos marinos.

“Si estas tendencias continúan al ritmo actual, durante los próximos 100 años podrían desaparecer entre el 30% y el 40% de las marismas y los pastos marinos, y prácticamente todos los manglares sin protección”, advirtieron las organizaciones que conforman la Iniciativa de Carbono Azul.

En este sentido, la incorporación del carbono azul dentro de las NDC no solo representa una oportunidad de incrementar la ambición de las metas climáticas e incursionar con un nuevo producto dentro de los mercados de carbono, sino que esta acción podría favorecer la conservación de estos ecosistemas y, con ello, no solo se evitaría una potencial fuente de emisión de GEI sino que también se estaría invirtiendo -gracias a los servicios ecosistémicos- en el bienestar de las comunidades y en alcanzar otras metas ambientales en biodiversidad.

Michelle Soto