Por: Mayra Vargas / Noticias NCC
16 de septiembre de 2020.- Nayarit, Colima y Jalisco, son los tres lugares donde Ricardo Ojeda Adame, veterinario y estudiante del doctorado en Ciencias en Biosistemática, Ecología y Manejo de Recursos Naturales y Agrícolas (BEMARENA), enfoca su investigación respecto a la relación de convivencia entre los seres humanos y los cocodrilos.
Lo que busca es analizar este socioecosistema para tratar de entender cómo funciona la dinámica entre las personas con estos reptiles:
“Es tratar de unir la teoría social con la teoría ecológica o biológica y hacer un marco que unifique esas dos cosas que normalmente hemos entendido como algo separado. En específico yo trato de hacer eso, pero con cocodrilos, de unificar cómo funciona una sociedad donde hay cocodrilos y la dinámica de una población de cocodrilos conviviendo con esa sociedad”.
La pandemia por COVID-19 hizo que Ojeda Adame tuviera que desacelerar su trabajo de campo, sin embargo ya realizó una primera intervención en la localidad de La Manzanilla, en el municipio de La Huerta, Jalisco, donde hay un estero en el que habitan ejemplares de cocodrilo americano (Crocodylus acutus):
“…reinterpreté los datos, volví a generar otra teoría y el próximo paso a partir de las siguientes semanas es salir a comprobar la teoría de nuevo”.
El trabajo de campo continuará en La Tovara en San Blas, Nayarit, el estero Bocanegra en Puerto Vallarta, Jalisco, la laguna de Las Garzas, en Manzanillo y después en el Estero Palo Verde, en Cuyutlán Colima.
Estos lugares fueron elegidos por el estudiante de doctorado, por ser los sitios más representativos y de los más importantes en el occidente de México como hábitat de cocodrilos.
Por ejemplo, en el caso de La Manzanilla y La Tovara son comunidades donde existen cocodrilarios y hay organizaciones de tipo ejidal que los administran. De acuerdo con el investigador, son lugares donde la gente convive con el cocodrilo y existe cierta armonía.
El estudiante del CU Costa Sur de la Universidad de Guadalajara explicó en el caso de la Laguna de Las Garzas y el Estero Bocanegra se consideraron porque son sitios urbanos donde predomina el conflicto:
“En Puerto Vallarta ha habido casos de gente que mata cocodrilos porque no los quiere ver ahí y casos de accidentes con cocodrilos, debido a que las personas se meten a nadar a la laguna a pesar de estar prohibido o porque pescan sin los debidos cuidados, cuestión más o menos similar pero no tan drástica en Manzanillo, en la laguna de Las Garzas, las dos son de tipo urbano, una de turismo clásico por decirlo así y la otra es industrial por el puerto”.
El Estero Palo Verde tiene características de un sitio rural, en donde se dedican principalmente a la pesca y a la agricultura. Este lugar, según Ojeda Adame, tiene el potencial de convertirse en una zona de conservación para este reptil:
“No tienen un cocodrilario, aunque sí hay una presencia de lo que es el tortugario de Cuyutlán y son una comunidad de pescadores donde la relación es más neutra, no tiene conflicto, tampoco hay una organización que se dedique a cuidarlos de manera formal, entonces es el lugar que tiene potencial de transformarse en otro sitio de conservación del cocodrilo”.
¿Por qué estudiar esta relación?
En el desarrollo de esta investigación, el doctorante se dio cuenta de que la parte social es la que decide e influye de gran manera en cómo se comporta un ecosistema o si este sobrevive o no:
“No había forma de entenderlo desde lo biológico, no hay diferencia biológica entre los cocodrilos de la Manzanilla y los de Puerto Vallarta por ejemplo y empecé a entender que realmente la parte social era lo diferente y me interesó saber mucho cómo es que en una comunidad se puede convivir bien con la naturaleza, mientras otras no pueden convivir bien con ella”.
Existen distintas hipótesis para resolver la incógnita, una de ellas es la parte histórica, la llamada “memoria biocultural”, que se transmite por generaciones. Aunque esto ocurre en todas partes, es más común en zonas indígenas, por lo que el investigador busca ampliar este concepto, donde se puedan incluir comportamientos o culturas que no tengan una lógica sustentable:
“Es que la cultura de un pueblo se va transmitiendo conforme van avanzando las generaciones, entonces, por ejemplo, hay comunidades indígenas, que han convivido con los cocodrilos desde hace 3 mil o 6 mil años, entonces tienen un conjunto de creencias y de formas de ver al cocodrilo donde conviven pacíficamente y eso lo han heredado generación tras generación”.
Señaló el caso de Puerto Vallarta como ejemplo, que fue colonizado en la segunda década del siglo XX, así como la forma de ver el mundo ahora es moderna:
“En la modernidad se ve a la naturaleza como un producto, como una mercancía, como un objeto que se transforma para obtener otro objeto, que es esta visión más económica, más capitalista, entonces el cocodrilo no forma parte de una comunidad donde yo vivo, sino como algo extra que está ahí, mientras yo tenga beneficio de él y cuando no, no me sirve”.
Otra de las teorías que compartió, se enfoca en que ciertas comunidades han comprendido la necesidad de convivencia, que el ser humano o su comunidad requieren del cocodrilo y de todos los demás organismos que habitan ahí para sobrevivir, a pesar de tener una tendencia moderna.
El joven apasionado por el estudio de los cocodrilos, dijo que de la investigación espera obtener dos cosas, una radica en obtener el conocimiento y la información sobre el tema, ya que es muy escasa la investigación generada sobre la relación humano-cocodrilo.
El otro punto, es que su investigación ayude a generar nuevas plataformas de conservación del cocodrilo, pero que sean generadas a través de la realidad social, a lo que se llama ciencia-acción, que busca investigar y a la vez fomentar acciones de conservación.