La Primavera, el bosque amenazado
Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO
¿Cómo sería Guadalajara sin el bosque La Primavera? La pregunta es pertinente ahora que la reserva ecológica más emblemática de la región metropolitana enfrenta una nueva ofensiva de los intereses «desarrollistas», que ha derivado a últimos años en incendios devastadores, en un cercenamiento del polígono protegido desde 1980, y en cambios de uso de suelo descontrolados –o más bien, controlados con una lógica restringida a lo comercial-, sobre todo en la zona de bosque que quedó fuera del área decretada.
Precisamente hoy, cuando estas montañas de más de 35 mil hectáreas (30,500 ha protegidas en marzo de 1980) -que fueron olvidadas durante dos decenios- vuelven a posicionarse comercialmente por su alto potencial inmobiliario, recreativo o de generación de energía (geotermia), y cuando la infraestructura regional invade sus linderos y parece condenar al bosque a un aislamiento biogeográfico, los amplios estudios que han documentado su riqueza recuperan su oportunidad, como posible evidencia de que se está haciendo mal el análisis costo-beneficio de una política que alude a «lo verde» como retórica, pero como bien lo señala el investigador Arturo Curiel, en la práctica sólo hace valer las prioridades de la economía.
Si no existiera La Primavera, en Guadalajara habría considerablemente menos agua, un par de grados más en la temperatura promedio anual, y más contaminación atmosférica (el bosque funciona una parte del año como purificador de las corrientes de aire de la ciudad); la erosión se habría comido buena parte de los valles contiguos y la pobreza en formas de vida restaría posibilidades de usos tradicionales de especies vegetales y animales para problemas cotidianos.
El proceso de desertización y desertificación (que los expertos distinguen por sus causas: el avance natural de los desiertos y el avance de los desiertos propiciado por actividades humanas, respectivamente) habría avanzado hasta el borde de la barranca. La Perla de Occidente se ubicaría en un páramo similar a Aguascalientes o Torreón. ¿Esa es la ciudad anhelada?
Los estudios oficiales confirman este gran valor de La Primavera. Primero, como captadora de agua. Según el diagnóstico del programa oficial de manejo (Semarnat, diciembre de 2000), el bosque recarga en su subsuelo cada año 240 millones de metros cúbicos, agua suficiente para abastecer una población de cuatro millones 400 mil personas con una cuota de 150 litros al día.
La sierra alberga más de mil especies de flora, «entre las que se ubican once especies de encinos, cinco de pino y una gran diversidad de orquídeas [80 por ciento de las especies reportadas para Jalisco]». Hay que agregar 200 especies de vertebrados, incluidos mamíferos como el puma [Felis concolor], los murciélagos o el venado cola blanca [Odocoileus virginianus]; reptiles, peces, aves, todas esenciales para el equilibrio del sistema de vida sobre el que se sustenta el hombre. Si uno ensaya calcular la diversidad biológica por kilómetro cuadrado, la densidad de especies es mayor aquí que en Manantlán (casi del doble).
El área, añade el documento, «evita la erosión y controla la sedimentación […] regula la composición química de la atmósfera, mediante la captura de carbono y la fijación de nutrientes, así como del clima en la región, al funcionar como amortiguador y catalizador de las fluctuaciones provocadas por el área urbana adyacente…».
La milenaria caldera volcánica también tiene una diversidad geológica bien estudiada; es «hábitat crítico para especies […] reservorio genético y corredor biológico entre los sistemas naturales»; al «favorecer la continuidad de los procesos evolutivos», conmstituye «un laboratorio vivo». Sus paisajes y sus aguas brindan ocasión para la recreación a miles de tapatíos que huyen de su ciudad desbordada y loca.
¿Estas evidencias científicas han servido? La Primavera tiene desde 1995 una gestión local financiada por el gobierno de Jalisco, y en 2000 se publicó su instrumento de manejo, pero padece de una crónica escasez de dinero, reconoce su director, José Luis Gámez (este año recibe 7.5 millones de pesos, pero necesita al menos 18 millones). En fechas tan cercanas como abril de 2005 sufrió un incendio devastador, sobre más de once mil hectáreas. Dicho siniestro tuvo causas humanas, pero jamás se detuvo al responsable del delito. Los daños más severos no han sido restaurados.
La Primavera también ha visto reducida la superficie protegida, pues el gobierno federal perdió el pasado mes de junio ante el ejido Santa Ana Tepetitlán un juicio de amparo que le obliga a retirar la protección de 552 hectáreas, justo en la zona que colinda con la ciudad. Por si fuera poco, en sus cerca de cinco mil ha no protegidas, pero que forman parte de sus comunidades bióticas (excluidas del decreto por gestiones de poderosos desarrolladores inmobiliarios), la agresiva apertura de fraccionamientos (el caso más reciente es Bugambilias) representa una reducción real de la cobertura forestal.
Y hay incluso una degradación hormiga: fincas que brotan como de la nada en algún rincón del bosque, cercas que obstruyen los corredores de fauna, visita descontrolada que daña flora y fauna, basura, cacería furtiva, actividades clandestinas.
La Primavera es la joya ecológica de la región metropolitana de Guadalajara, pero contradictoriamente, el desdén, la ignorancia y el afán de negocios de los tapatíos están haciendo imposible que en el largo plazo sus ecosistemas sobrevivan.