El país genera 2% de las emisiones de gases de efecto invernadero; revertirlo es hoy el mayor desafío para la humanidad.
Por Agustín del Castillo
«El Niño Dios te escrituró un establo, y los veneros de petróleo el diablo…»
La suave patria, Ramón López Velarde
05 de junio dde 2009.- Tamasopo, San Luis Potosí. Los niños Santiago Margarito y Donaciano conducen a los visitantes entre los matorrales, una vez que se traspasa la vía del ferrocarril y los vetustos bodegones del poblado de El Cafetal. Entonces, el paisaje áspero y devastado, obra de siete decenios de ganadería extensiva, se desploma hacia un abismo sorprendente: es el Puente de Dios, uno de los últimos recovecos de un territorio que alojó la selva húmeda más al norte del planeta.
El sordo rumor del agua, el calor húmedo, los cientos de peldaños deshechos que hay que bajar, el temor al «tigre» (jaguar), que, dicen, aún ronda por estas estribaciones de la Sierra Madre Oriental, apenas preparan para un espectáculo casi místico: una fuente de agua, copiosa de un líquido turquesa que parece atrapar el cielo misterioso del ocaso, ruge poderosa mientras se revuelve en la cascada. Luego, el torrente penetra por abajo del puente natural, y del otro lado salen aguas mansas, quietas, con ondas que se expanden lentamente en medio de la jungla, antes de reanudar, unos metros abajo, su rápida y loca carrera hacia el río Pánuco, el cuarto más caudaloso del país, la que culminará en el tibio Golfo de México.
¿Es acaso el ejemplo de esa «voluptuosidad sin erotismo» que vio en esta región un José Vasconcelos juvenil —el testimonio, en Ulises criollo— cuando este mundo era casi virginal? Las pozas de agua fresca que se ofrecen al viajero desatan la imaginación hacia un pasado que hoy parece imposible.
Al final, tras retornar por las escalinatas, caducado el arrobamiento y conjurados los terrores del crepúsculo, la sensación es de pena. Porque el peregrino sabe que sólo ha visto un reducto sobreviviente a un minucioso plan gubernamental de deforestación que trajo la colonización de esta región, con el exterminio masivo de muchas de sus especies.
Así, primero a golpe de hacha y fuego, después de motosierras, se echó abajo una vasta selva húmeda, de cuya extensión original queda menos de 10 por ciento. Esa tala para abrir espacios agrícolas y, sobre todo, para pastar ganado mayor —las especialidades de carne de res son orgullo huasteco—, también liberó miles de toneladas de carbono que había sido pacientemente fijado en grandes árboles por siglos, lo que, unido a otros procesos similares en todo México y el mundo, han elevado la presencia de este gas en la atmósfera y acentuado el «efecto invernadero», pues el CO2 absorbe el calor del sol de forma eficiente. Es así como se comenzó a cocinar el fenómeno conocido hoy como calentamiento global antrópico, esto es, maximizado por el hombre, que tiene en vilo la vida planetaria como la conocemos.
La región es además la cuna del petróleo mexicano —el visitante puede admirar el modesto monumento alusivo en el poblado de Ébano, unos 50 kilómetros al oriente de estas cañadas—, la otra «bestia del Apocalipsis», que ha liberado millones de toneladas de carbono capturadas en el subsuelo del planeta tras millones de años de historia geológica.
Hoy, La Huasteca es un sueño que conserva resabios de sus glorias perdidas. Carlos Contreras Servín y María Guadalupe Galindo Mendoza, de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, describen con precisión sus males: «Los rendimientos y los beneficios que se esperarían de las actividades agropecuarias han sido limitados en gran medida por el deterioro ambiental provocado por la deforestación, la erosión de suelos, la contaminación de algunos cuerpos de agua y el efecto de siniestros, que se traduce en pérdidas parciales o totales, ocasionados por la sequía, inundaciones o por el brote de plagas y enfermedades».
Su principal conquistador fue el dueño del rancho Gargaleote, Gonzalo N. Santos, uno de los más famosos caciques del viejo régimen. «Este rancho que yo fundé conquistando la selva y dominando a las fieras, no siempre de cuatro patas», expresa ufano en las primeras páginas de sus vastas Memorias, a finales de los años setenta del siglo XX. Para entonces, la devastación había casi culminado. El jaguar, el mono araña y las guacamayas habían sido exterminados; la madera preciosa se había talado casi toda, y miles de hectáreas de pastizales llenaban los lomeríos entre Río Verde y Ébano, con decenas de miles de rumiantes creciendo, mientras el humo de las torres petroleras se elevaba sobre la llanura de Tampico: el triunfo inobjetable de la civilización sobre la torva naturaleza.
Una cuenca exhausta
Valle de Santiago, Guanajuato. El asentamiento humano parece invadir como lava en regresión el cráter del volcán extinto. Ésta es la zona de las Siete Luminarias, igual número de fosas generadas por el vulcanismo, donde el agua adquiere tonalidades diversas, seguramente por la presencia de minerales efecto de la vieja actividad ígnea. Muchos brujos y esoteristas del país hacen la peregrinación en busca de esas aguas proféticas, pero lo que en realidad permiten atisbar es un tiempo de cambios drásticos.
Y no es cuestión de magia: éste es el corazón de la cuenca Lerma-Chapala, una de las más habitadas del país, de más de 51 mil kilómetros cuadrados. La región suma 159 municipios más dos grandes usuarios: las ciudades de Guadalajara y México. La población que aprovecha sus recursos es cercana a 20 millones de personas. La densidad de población, 190 habitantes por km2, es cuatro veces mayor al promedio nacional. Hay 34 localidades de más de 20 mil habitantes, pero al menos seis mil poblaciones de menos de 2,500 personas.
A lo demográfico se agrega lo económico: tres millones de hectáreas bajo cultivo, 800 mil de las cuales corresponden a superficie de riego. Es decir, casi 60 por ciento de toda la cuenca, más otro 14.3 por ciento de pastizales, revelan el más elevado índice de uso agropecuario del suelo en México. Por si faltara, alberga 30 mil industrias.
En el caso de la ciudad de Guadalajara, dice el investigador Arturo Curiel Ballesteros, el cambio climático ya ocasiona trastornos. La presencia del dengue es una de las señales del retorno vigoroso de enfermedades que no estaban presentes en la zona. El aumento de temperaturas es local, por la enorme plancha de pavimento que ocupa miles de kilómetros de calles, pero, además, la deforestación regional, la liberación de gases de efecto invernadero por más de millón y medio de autos, y el descomunal desperdicio de energía, revelan que la situación no mejorará.
La Ciudad de México está peor. Cuatro millones de autos, una conurbación sobre millón y medio de hectáreas y el agotamiento progresivo de acuíferos. Los brujos de Valle de Santiago no se imaginan la pesadilla que apenas comienza.
Las tierras flacas
Saín Alto, Zacatecas. Don Pablo Cardona, hijo de la ex hacienda de El Sauz, ha visto pasar cerca de 90 años en este mundo seco donde el maíz es para subsistencia y las lluvias se retiran cada vez más, en la lejana sierra sangrada por los talamontes.
El anciano desgrana elotes mientras divaga sobre las luchas agrarias contra la ex hacienda porfirista, cuyos restos yacen al otro lado de la carretera, semiderruidos, invadidos por maleza y cobijando la fauna que huye del sol abrasador.
«Yo nunca me fui a Estados Unidos, aquí había mucho pleito», señala el viejo. Muertes, encarcelamientos y periplos a la capital, para exigir los derechos agrarios. Pero es historia. Lo de siempre es el clima difícil, situación que se agrava ante la falta de infraestructura, como pozos y canales, privilegio de unos pocos. El lugar está por eso casi abandonado, pues hay que buscar trabajo en las zonas urbanas más próximas o en el lejano norte.
El México árido abarca un millón 27,051 kilómetros cuadrados de 23 estados de la república, y en su seno habitan alrededor de 8.5 millones de campesinos como don Pablo.
Hay 788 municipios en situación de fragilidad por sequías que tenderán a extremarse, según las previsiones de los expertos, con el gradual incremento de la temperatura global. En esas demarcaciones se tienen 68,999 localidades, desde grandes ciudades como Monterrey o Torreón, hasta esta modesta aldehuela de 25 casas.
Lacandonia
Ocosingo, Chiapas. El minibús se desplaza silencioso por la brecha bien trazada, mientras la selva se yergue entre gigantes de 40 a 60 metros que intimidan a los viajeros. El conductor es un lacandón vestido de manta blanca, con el ojo estrábico, descendiente de una de las 60 familias que recibieron del presidente Luis Echeverría la heredad más fabulosa del país: 614 mil hectáreas del ecosistema tropical más rico de México, con registros de 40 por ciento de sus especies vivas.
La ruta lleva a los restos de las pirámides de la ciudad de Bonampak, donde el vigor de los colores de sus murales sigue sorprendiendo, a más de mil años del naufragio.
Los cuartos con frescos son famosos. Juan, el guía, resume: «El primero representa una procesión de sacerdotes y nobles. Una orquesta toca trompetas de madera y tañe tambores mientras los nobles charlan. El segundo cuarto muestra una escena de guerra, con prisioneros a los que les son arrancadas las uñas de los dedos de las manos, sentados ante el señor Chaan Muan de Bonampak. El tercer cuarto muestra una ceremonia con bailarines ricamente ataviados y usando máscaras de dioses, y a la familia gobernante punzándose la lengua con agujas de maguey hasta hacerla sangrar…».
El guía advierte que un cambio climático local pudo ser la causa del desastre de la cultura maya: a la deforestación sobrevino la sequía y, luego, las guerras intestinas. Hoy, el mismo motor de cambio irracional de uso de suelo parece apuntar a un nuevo colapso.
Epílogos
En 2009, el lago de Chapala ha perdido más de 70 centímetros de agua, un volumen superior a 600 millones de metros cúbicos, mucho más de la que requiere Guadalajara en un año.
En el mismo periodo, la ciudad de México emitió casi 800 mil toneladas de dióxido de carbono a su atmósfera.
El pasado 26 de abril, el Servicio Meteorológico Nacional registró 50 grados de temperatura en la región Huasteca, que tiene una tasa de deforestación cercana a 9 por ciento anual.
Saín Alto se prepara para lluvias torrenciales en el apretado temporal. El alcalde, José Ángel Zamora Flores, repartió esta semana láminas para techar casas de los pobres ante la inopinada abundancia.
Ayer, más de 16 hectáreas de selva, unos seis mil árboles, fueron desmontadas para abrir cultivos y para establecer ganado en la Lacandona, invadida por campesinos pobres. Cada árbol significa unos 600 kilogramos de dióxido de carbono fijado.
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Tres conceptos
Efecto invernadero
La capacidad de la atmósfera terrestre para guardar calor. Sin él, no sería posible la vida.
Calentamiento global
El efecto invernadero, llevado al extremo por la liberación masiva de gases como el dióxido de carbono y el aumento del vapor de agua, trae temperaturas más altas y cambios radicales en muchos fenómenos terrestres. También se le conoce como cambio climático.
Cuál fue el cambio
La atmósfera terrestre ha alojado gases de efecto invernadero a un máximo de 280 partes por millón durante la larga historia natural del planeta. Hoy, la marca es 375 ppm