Agustín del Castillo. PÚBLICO-MILENIO
La escasez de agua reduce la competitividad en un mundo donde se mueven libremente, sin lealtades y siempre en busca de «ventajas comparativas», los bienes, los servicios y las personas, señalan los economistas. Los historiadores van más lejos: sin agua, se derrumban civilizaciones. ¿Pero qué pasa cuando el agua sobra?
La zona metropolitana de Guadalajara ha apostado por lo segundo: la abundancia del recurso, con el proyecto de abastecimiento de la presa Arcediano, en el fondo de las barrancas de los ríos Verde y Santiago, todavía hoy, una de las zonas más contaminadas del país.
¿Y qué oportunidades genera Arcediano? Es una nueva fuente de agua que sustituye temporalmente al lago de Chapala y proveerá de 19 mil litros por segundo a una ciudad que actualmente, con sus 4.1 millones de habitantes, demanda 13 mil (pero consume menos de diez mil lts/seg, según los datos oficiales). Esto significa, en aritmética simple, que la metrópolis puede darse el lujo de crecer en casi dos millones de personas más, siempre que el agua prevista llegue al vaso de los cañones (en una región del país con lluvias más o menos erráticas), y siempre que el sistema tenga la rentabilidad financiera para ser operado de forma óptima. O sea, la volunta es expandirse y competir en condiciones ventajosas para la economía global.
Lo que no queda claro es de qué modo se van a amortiguar los costos ambientales producidos por un conglomerado humano cuyo crecimiento demandará entre cinco mil y nueve mil hectáreas más de suelo para habitar, que aumentará su impacto sobre los valles fértiles y las zonas boscosas de los alrededores, que extraerá cada vez más recursos de cuencas ajenas (la mejor demostración de que no se puede hablar de una «ciudad sustentable») y que requerirá en su desbordamiento carretadas millonarias de dinero en servicios básicos e infraestructura (con las altas dosis de clientelismo político que siempre conlleva).
Porque el proyecto se limita a dos cosas en materia de impacto ambiental, las cuales, ciertamente, son esenciales: el tratamiento de las aguas negras, que promedian diez mil litros por segundo, y que se arrojan a la misma barranca, y el decreto de protección de sus escarpados cañones, corazón de «ese magnifico, grandioso y sañudo Occidente mexicano» (José López Portillo y Weber).
El resultado no tiene que ser catastrófico, pero la experiencia que deja la relación del hombre con su entorno, cuando el agua sobra, no es de lo más alentador.
El escenario más agresivo indica que la ciudad, con tanta agua disponible, continuará su loca expansión hasta ocupar todo el valle de Tesistán –antaño líder nacional en producción maicera- y el de Toluquilla, por el poniente y el sur, mientras al oriente «brinca» la barranca hacia la meseta de Ixtlahuacán del Río –un páramo sin agua donde estuvo asentada Guadalajara hasta la guerra Chichimeca (1541)-, lo cual detonaría con la construcción de la nueva carretera Guadalajara-Zacatecas, proyecto a mediano plazo de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) que incluye un nuevo puente, más ancho y más cercano a la ciudad. Esto cristaliza un viejo sueño especulador del que alertaba el urbanista Jorge Camberos Garibi.
En contraste, un escenario casi utópico, es que la ciudad reordena su crecimiento, redensifica sus áreas consolidadas y establece anillos de áreas verdes y la infraestructura necesaria para descentralizar la urbe (las famosas «ciudades-dormitorios», que necesitan un buen sistema ferroviario para ser posibles)
La verdad es que nunca se discutió a fondo qué tipo de ciudad generaría Arcediano. «Quienes vemos la necesidad de cambiar el fenómeno económico de crecimiento hacia el verdadero desarrollo no nos resulta suficiente esa manera de hacer las cosas…», dijo poco después de tomarse la decisión de edificar la presa el hoy consultor ambiental Norberto Álvarez Romo.
Por su parte, el investigador de la UdeG, Arturo Curiel Ballesteros, fue más escéptico. «Vamos analizando la creación de una presa inteligente, pero analicemos costos y en este país no se asumen esos costos…».
A su juicio, «se trata de pensar más en una ciudad que garantice ríos y lagos limpios y no otra que deba obtener el agua a través de subsidios de energía y de procesos tecnológicos caros; que hubiera un informe cada año y dijera: este año consumimos, por decir algo, 140 litros por habitante, nuestra meta será llegar a 115 litros; esto es hacer que la población participe y en vez de usuarios del agua se conviertan en actores sociales…».
Alrededor de 2030, Chapala recupera su puesto como fuente principal de agua de la ZMG. Entonces se sabrá si el camino abierto por Arcediano trajo una ciudad con mayor responsabilidad ambiental, o por el contrario, sigue rodeada de ríos muertos y cuencas exhaustas.