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Bosques de niebla, lucha contra el tiempo


Estos espacios megadiversos representan 1% del territorio nacional; plantean desafío de su conservación a largo plazo.

Agustín del Castillo – PÚBLICO

Don Salomé García Rivera siempre ha escuchado las leyendas sobre fortunas enterradas en el Nevado de Colima. “Dicen que hay tesoros ocultos que dejaron los bandidos […] que de donde hay entierros salen pequeños fuegos, pero quién sabe, pienso que ya se llevaron todo”, cavila desencantado en el camino lluvioso a la barranca de Alseseca, la cual preserva todavía un real e invaluable tesoro biológico: un bosque mesófilo de montaña casi intacto.

Quién va a reparar en monedas de plata, gemas y esmeraldas, salario de violencia humana, cuando observa desde las hondonadas la eterna formación de nubes, como nacidas del suelo; los árboles colosales y apacibles; las riadas cantarinas; los aromas de vitalidad y podredumbre; o esos helechos, lianas, orquídeas y hongos de formas fantásticas; o los aleteos, gruñidos o zumbidos de inquietos parroquianos diminutos o invisibles, que pululan entre el mar de verde y vapor.

Don Salomé platica alegre las hazañas del Indio Alonso, un revolucionario legendario, y su muerte a manos de doña Ramona Murguía, a la sazón tía del ejidatario nativo de Telcruz; abajo resopla vida apretada, variopinta, casi barroca, hálito que surgió del agua y sobrevivió a millones de años de cambios.

Hoy, un pesimismo bien documentado indica que el bosque mesófilo o de niebla, el más rico en especies vivas por metro cuadrado que alberga el país, es también el ecosistema mexicano llamado a desaparecer más rápido; su larga historia natural lo dejó en aislamiento; luego, apareció el hombre: hace un siglo había dos millones de hectáreas, y en la actualidad no se extiende sobre más de 800 mil. El tiro de gracia vendrá de un mundo dominado por los rigores del cambio climático y la caótica colonización de talamontes, ganaderos y “desarrolladores” gubernamentales o privados.

Tal vez sea tarde, pero algunos no se resignan a la fatalidad. Estudiosos de la Universidad de Guadalajara, encabezados por Sonia Navarro Pérez y Armando Chávez Hernández, y apoyados por el director del parque nacional Nevado de Colima, José Villa Castillo, proponen proteger un remanente de 6,988 hectáreas que se mantiene entre los recovecos más inaccesibles de este complejo montañoso, en cuatro grandes polígonos que colindan con el parque nacional (ver gráfico anexo).

Tienen el apoyo del gobierno de Jalisco y de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), la gran ventaja de que son florestas con escaso valor comercial y de nulos conflictos de tenencia de la tierra, y la ambición de comenzar la reconstrucción de un rompecabezas: el viejo parque decretado por Lázaro Cárdenas en 1936, de 22 mil hectáreas, que cuatro años después fue reducido a favor de los intereses de la naciente fábrica papelera de Atenquique, a menos de un tercio.

“Si se necesita de un decreto federal, lo apoyaremos”, advierte el comisionado nacional, Ernesto Enkerlin Hoeflich. Incluso, el coordinador regional de la Conanp, Alberto Elton, ha solicitado a los académicos ampliar el estudio para abarcar ecosistemas vecinos, bosques de pino y oyamel, pues es un sistema que requiere de todas sus partes. Medio siglo de protección, y la naturaleza puede hacer maravillas.

A don Salomé le parece un esfuerzo necesario, pues Zapotitlán vive del agua de Alseseca, y esa agua sólo la producen las arboledas de los volcanes. “Es por el lado del agua por donde mejor les hemos llegado a los pobladores, que entiendan que es un recurso que da la montaña si la mantienen […] no hay un mejor captador de agua que los bosques mesófilos”, subraya Sonia López. No sólo es la lluvia, sino lo que se llama “precipitación horizontal”: esas brumas que flotan sobre las umbrías y fabrican rocío silencioso.

Esta apuesta protectora parece una lucha contra el tiempo, ¿para detenerlo, engañarlo, o sólo suavizar sus sentencias?

La difícil historia natural

El científico Antony Challenger habla del registro fósil de los bosques mesófilos de montaña: “Hace 50 millones de años, el clima en el hemisferio norte era cálido y húmedo, lo cual favoreció el desarrollo de selvas tropicales y subtropicales en Europa, Asia y Norteamérica, incluyendo los bosques mesófilos primigenios de México, que evolucionaron a partir de elementos asiáticos y norteamericanos” (Conservación de ecosistemas templados de montaña en México, 2007, Instituto Nacional de Ecología).

El enfriamiento de 25 millones de años después cesó el intercambio de especies boreales con otros continentes. Mucho después, hace cinco millones de años, al formarse el puente de Centroamérica, el arribo de formas de vida de Sudamérica se aceleró. Estas florestas constituyeron así verdaderas arcas de Noé. Pero, mucho antes del diluvio, empezaron a retroceder.

“Tras una serie de procesos orogénicos, tanto tectónicos como volcánicos, así como de cambios climáticos importantes, la vegetación del bosque mesófilo acabó por fragmentarse, restringiéndose a islas ambientales, lo cual condujo a una evolución divergente, al quedar muchas especies en poblaciones reproductivamente aisladas”, agrega Challenger.

Por eso, 30 por ciento de las especies de este ecosistema son exclusivas, lo cual es extraordinario en términos de riqueza biótica, pero tremendamente frágil: hay anfibios o murciélagos cuyo mundo y parentela no abarcan más de algunas hectáreas de la barranca de Los Bueyes o en las sombras frías de Huescalapa, apuntan los investigadores de la UdeG.

Qué futuro más promisorio de aventuras tendrían los Cristóbal Colón o Magallanes de las repúblicas de ranas, salamandras o tuzas a las que sólo les tocó por universo un pedacito de tierra y luz de la majestuosa montaña. Pero la realidad es que cualquier cambio en su ambiente puede hacerlos desaparecer.

La superficie nacional de bosque de niebla es apenas superior al estado de Colima. Con menos de 1 por ciento del territorio, tiene 10 por ciento de sus formas de vida (tres mil tipos de plantas y 450 de vertebrados terrestres, entre ellas).

“Para estos volcanes, los mesófilos se desarrollan entre los mil y los 2,500 metros sobre el nivel del mar; sin embargo, no llegan a constituir un piso de vegetación, más bien forman mosaicos junto con formaciones de pino-encino y oyamel; su mejor estado lo encontramos entre 1,620 y 2,310 msnm, en áreas protegidas de los vientos y con menor radiación solar, frecuentemente cubiertas por nubes”, señala el texto de la propuesta.

Los cuatro sitios a proteger son diferentes. El Borbollón tiene más influencia tropical; Atenquique-Loma Alta es el más neártico; “en el caso del complejo volcánico eso es lo interesante, que hay áreas donde lo tropical incrementa un montonal el número de especies, y luego en Huescalapa, pese a todo lo que ha sido alterado, vemos especies de murciélagos que no existen en ningún otro sitio del mundo”, explica Sonia Navarro.

Sin embargo, “las características físicas del mesófilo son similares: demandan el nivel exacto de la humedad, ese volumen a partir de que aparecen las nubes y la luz se regula; que las plantas que están ahí atrapen toda esta humedad y se hagan más complejas, por ejemplo, las epífitas, todo lo que esta encima de los árboles, que es el grupo más diverso; esas condiciones se propician por la temperatura, por la humedad, por la elevación, porque se puede atrapar mejor ahí ese punto de rocío, y es lo que provoca que se haga todo entramado y complejo; si no fuera así, no podría existir este tipo de bosque”.

Y lo que hacen la deforestación, el cambio de uso de suelo para introducir café y aguacate, y los incendios, es destruir esas condiciones. “Es decir, los bosques forman un sistema evolutivo complejo: cuando se afectan, reinicia el proceso, pero nunca recuperan el estado en que se encontraban porque no les dan el tiempo”, advierte Armando Chávez.

La protección incompleta

Las umbrías vaporosas de las barrancas del Nevado y el volcán de Fuego forman un desierto humano. Su accidentado relieve ha permitido que sean conservadas, pues la explotación maderera se hace costosa, aunque llegaron a extraer pinos, oyameles, encinos, fresnos, tilias y magnolias o helechos, especies codiciadas.

“Cada intervención era un desastre, porque arrastraban el árbol y se llevaban otros árboles que no les interesaban, y provocaban erosión”, narra el investigador. Luego llegaban las vacas. El tesoro se fue agotando.

Los bosques solitarios de Alseseca lucen imperturbables esta tarde de julio entre los vapores fantasmales y el agua abundante de sus arroyos. Asombra el espectáculo, indiferente al hombre que destruye y al tiempo que condena.

Los datos

Los bosques de niebla o mesófilos de montaña son el ecosistema más amenazado y reducido de México y de Jalisco, tanto por los cambios de uso de suelo y el deterioro local como por los efectos del calentamiento global

En el Nevado de Colima existen alrededor de siete mil hectáreas de este tipo de bosque. El gobierno federal y el de Jalisco pretenden elevar a categoría de área natural protegida, para lo cual elaboraron un amplio estudio de cuatro polígonos. Si sale adelante el decreto, la superficie del parque nacional sumada a la nueva reserva protegida significa duplicar la superficie protegida en la zona

Los polígonos de bosque mesófilo a proteger son cuatro: en la vertiente occidental complejo volcánico están la barranca de Alseseca, con 2,473.9 ha, en Zapotitlán de Vadillo y San Gabriel, y la barranca de El Borbollón, con 1,637.6 ha, en Zapotitlán de Vadillo; en la vertiente oriental, la barranca de Atenquique-Loma Alta, con 1,460.6 ha, en Tuxpan y Zapotltán el Grande, y la barranca de Los Bueyes, con 1,416.1 ha, en Tuxpan

Estos bosques fueron protegidos originalmente, en el decreto del parque nacional de 1936, que abarcaba los bosques a partir de 2,500 metros sobre el nivel del mar, casi 22 mil ha. Cuatro años después, por presión del negocio maderero, se elevó la cota mínima a 3,350 msnm, y se le cercenaron al parque más de quince mil ha

El bosque mesófilo del Nevado tiene la mayor diversidad de especies de todo el complejo volcánico, pese a ser apenas 10 por ciento de toda el área de los tres volcanes (volcán Cántaro, Nevado y de Fuego).

Redacción Verdebandera