La revista Caza mayor difunde la opinión de los cinco weatherbys o principales cazadores del país: la actividad fomentaría mejor la conservación que las vedas actuales.
Dos pequeños jaguares rescatados luego de que se aparecieron cerca de las obras dela presa El Cajón. Fotos: Cortesía de Alianza Jaguar, de San Francisco, Nayarit.
Agustín del Castillo – PÚBLICO
El colorido grabado está expuesto en un restaurante del centenario puerto de San Blas, Nayarit, tierra de manglares y selvas. “¡Ah bárbaro, qué puntería me cargo!”, dice, con el arco en la mano, un hombre vestido a la usanza cora que ha clavado tres flechas en la cola de un jaguar que huye. Más grande es la figura de al lado, un cazador “moderno” que observa su escopeta mientras un felino moteado yace con las patas hacia arriba y parece lanzar un gemido de dolor; la muerte está próxima.
La leyenda dice: “La selvática región de San Blas, Nay., lo convida a usted a gozar del suspenso y la emoción de la cautivadora caza del jaguar. En el crucero de San Blas [carretera México-Nogales], encontrará al más experimentado guía organizador de safaris”. Se trata de una “cacería de altura”, promete.
El cuadro tiene valor testimonial, pues desde 1987 se suspendió la persecución del mayor felino de las Américas, presente en las selvas de Jalisco y Nayarit, debido a su inminente extinción. Pocos años después, cuando los osos negros ya habían sido extirpados de la Sierra Madre Occidental de ambas entidades, también por la caza desmedida y la destrucción de hábitats, la protección oficial se extendió igualmente a ese mamífero neoártico.
Tanto la Panthera onca como el Ursus americanus están en el selecto número de animales carismáticos resguardados de forma especial por el gobierno mexicano, que los ha enlistado en la NOM-059-SEMARNAT-2001 como “especies en peligro de extinción”.
Dos cazadores sorpendidos el año pasado durante un recorrido de observadores de la Alianza Jaguar en la sierra de Vallejo, Nayarit, al norte de Puerto Vallarta.
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Para buena parte de los profesionales cinegéticos del país, la medida fue un error, incluso contraproducente. La revista especializada Caza mayor, en su edición más reciente (diciembre de 2007) expone sus razones, al tiempo que llama a reabrir el aprovechamiento.
“Las autoridades, por tratar de proteger estas dos especies, han conseguido que su número sea diezmado sin control ni beneficio para nadie, ya que, entre otros problemas, la conducta depredadora de estas dos especies […] las ha enfrentado con rancheros, ejidatarios o comuneros, quienes les matan su ganado y, como nadie les compensa dicha pérdida, simple y sencillamente la gente recurre a envenenar o eliminar los animales”. La versión electrónica de dicho texto, firmado por Germán Rivas, se encuentra en www.enlamira.com.mx/cazamayor.
Añade el artículo, titulado “Osos negros y jaguares en México”: “Si bien es cierto que la población de ambas especies no es tan numerosa […] su número podría aumentar con buenos manejos, como ha pasado con venado cola blanca, venado bura, borrego cimarrón o guajolote silvestre; animales que han aumentado en número —y en calidad— desde la acertada implementación del programa de Unidades de manejo para la conservación de vida silvestre [Umas] […] en el cual, se responsabiliza a los posesionarios de las tierras, del uso, aprovechamiento y sustentabilidad de las especies silvestres que en ellas habitan”.
Según el texto (que es respondido de forma puntual por el jaguarólogo Rodrigo Núñez en la página 8), se han logrado generar importantes estímulos económicos con la cacería de esas especies.
Remata: “Es innegable que esta actividad —la cacería deportiva— ha sido un estímulo conservacionista muy importante,”. La ganancia económica obtenida por los rancheros “los ha disuadido, en muchos casos, de seguir con las actividades propias de su ocupación [ganaderos o agricultores con bajas ganancias] para atender la necesidad de su nuevo mercado: los cazadores deportivos, quienes son los más interesados en la conservación del medio ambiente, para el sano desempeño de su afición”.
El resto del dossier no aporta muchas pruebas de que jaguares y osos estén desapareciendo más rápido a partir de la prohibición. Pero sí entrega una entrevista a uno de los más célebres matadores de “tigre” del occidente de México: Álvaro Zuno Arce, cuñado del ex presidente Luis Echeverría y ex jefe de la Dirección Forestal de la extinta SARH (Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos).
Zuno Arce, quien descalifica a los biólogos y científicos de conocer mal a la fiera y ni siquiera saber que el jaguar en realidad se llama“tigre”, se presenta como salvador de comunidades de las garras de felinos que depredaban ganado. Explica que dirigió la caza de unos 35 ejemplares (se exhiben algunas orgullosas fotos de gatos de Jalisco y Nayarit) pero que considera que es difícil que se reabra a la legalidad la actividad. “Sinceramente, no, yo lo veo muy difícil, cuando menos hablando de estas costas”. Y cita la siembra y el tráfico de enervantes, y su amenaza de muerte para todos los cazadores de bien.
Las últimas páginas del especial son ocupadas por las opiniones de los que llama la revista los “cinco máximos exponentes de la caza mayor en México, mejor conocidos como los cinco Weatherbys [sic]”: Federico Sada, Héctor Cuéllar, Adrián Sada, Jesús Yurén y Hubert Thummler. Estos grandes cazadores coinciden en que vedar la muerte controlada de “tigres” y osos es un error.
“La cacería de ambas especies se cerró por razones políticas y no científicas, tal y como se hizo con el borrego cimarrón en 1994”, advierte Yurén. Alude al caso de osos grizzly en Estados Unidos (los cuales, por cierto, fueron extinguidos por la caza en México), que serán de nuevo cazados en 2008 por su renovada abundancia tras la veda (¿entonces qué, sirven o no las vedas?), y del tigre de bengala en India, el cual está a punto de desaparecer, asegura, debido a la prohibición de matarlo legalmente.
Thummler agrega: “Hay que permitir su caza, de manera racional y sustentable, para evitar que se extingan”. Adrián Sada refiere que “al permitir la cacería, se les daría valor económico, lo cual permitiría que otras personas se interesaran y que se crearan fondos para combatir los factores que amenazan su subsistencia”. Héctor Cuéllar lamenta que los rancheros maten a estos carnívoros como alimañas y no como valiosos trofeos de caza. Federico Sada propone estudios poblacionales, para que la cacería sólo sea en sitios donde no se encuentren en peligro de desaparecer localmente; sanciones reales a la caza furtiva y creación de un impuesto especial a la cacería para financiar la inspección y vigilancia. Y así por el estilo, los planteamientos.
La caza nunca se fue
Mientras el norte de Jalisco apenas conserva leyendas de los plantígrados que alguna vez deambularon por sus bosques fríos, en San Blas y en todas las costas de Nayarit y Jalisco, ya nadie se atreve a ofrecer servicios para cazadores de jaguar, pero la actividad no terminó.
En la sierra de Vallejo, hace menos de un año, unos rancheros de la zona de Las Varas mataron a un gran ejemplar adulto, y exhibieron orgullosos su foto sin los rostros, salvo el de un niño (ver al lado). La Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) nunca dio con los culpables. En Paulo, Cabo Corrientes (Jalisco), un tal Metodio Urrutia ofrece sus servicios de guía para llegar a los tigres. En Bioto, a unos kilómetros, los jaguares La Pecas y Heracles, hijos de padres muertos por cazadores ilegales, tratan de reproducir la reducida presencia felina de estos litorales. La Panthera onca, aquí, no ha sido salvada.
Dos poderosos, amenazados
Los muertos no hacen ruido, pero cómo le hizo ruido a Profepa este jaguar ultimado hace un año por Las Varas.
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Jaguar es una voz guaraní que significa “el que mata de un salto”. Es el tercer felino del mundo por su tamaño, después del tigre y del león. Su nombre científico es Panthera onca. Clase: mamíferos, orden: carnívoros, familia: félidos, género: pantera, especie: onca
Las subespecies mexicanas de jaguar corresponden geográficamente a Sonora, Veracruz-Tabasco, la península de Yucatán, Chiapas y la costa del Pacífico. Ésta última, entre el Soconusco chiapaneco, al sur, y las llanuras sinaloenses, al norte, incluye a Jalisco y Nayarit
La sabiduría popular también ha bautizado al jaguar como “tigre”, aunque su coloración lo asemeja más al leopardo. En el nombre de “tigre”, sin embargo, influye sobre todo la asignación que los conquistadores europeos dieron a las fieras de América, con nombres semejantes al mundo que ellos conocían
En México, el jaguar ha perdido al menos 65 por ciento de su distribución original. Rodrigo Núñez estima que se necesitan al menos 600 individuos para que la especie tenga viabilidad local, y un territorio de once mil kilómetros cuadrados, que ya no están disponibles en casi ningún rincón del país
¿Reliquia del pasado o quizá próxima a regresar? Este grabado de un restaurante sanblasino es testimonio de cómo se mataron jaguares de forma abierta e intensiva en esta zona de Nayarit.
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Al oso negro (Ursus americanus), los campesinos de Bolaños no lo ven desde hace más de medio siglo en las sierras del norte de Jalisco. En la cercana Michilía, unos 50 kilómetros al norte del límite de Durango con Jalisco, el último oso fue muerto en 1984. De este modo, a nivel local se encuentra extinto. En 1999 se reportaron en las montañas huicholas excretas presumiblemente producidas por este gran mamífero, pero una investigación desechó esa posibilidad
Dentro de México, el oso negro sólo sobrevive con viabilidad en los estados de Coahuila y Sonora (su primo el oso grizzly se extinguió hace un siglo del territorio nacional), y se ha registrado su presencia en Zacatecas, Durango y Chihuahua. También hay un programa especial de recuperación, sin que se plantee su reintroducción a Jalisco, si bien, se ha creado una Uma de esta especie en Mezquitic.
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Fotos cortesia de Erik Saracho /Alianza Jaguar