Muchas han sido las explicaciones en torno a las causas del fallecimiento del niño Miguel Ángel López Rocha, algunas contradictorias; pero nada se ha hecho todavía para limpiar al río Santiago.
Vanesa Robles – PÚBLICO
Un río envenenado, un niño pobre muerto, cuatro versiones del poder para explicar el deceso, un hombre rico dispuesto a tomar agua de caño, una evidencia clave “perdida”: un caso que se le antojaría a cualquier detective de ficción. Pero el caso es real. Sucedió aquí, en esta ciudad amable, en apenas un mes y una semana. Y para el gobierno de Jalisco es un caso cerrado.
Las descargas industriales y de aguas negras aquejan al torrente.
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Huele a podrido
El río huele a podrido y se llama Santiago. Los vecinos se quejan de que el aroma a huevo pútrido —ácido sulfhídrico— los marea al grado de la ceguera. Para el gobierno, nomás huele a heces (caca, mierda, excremento): “Todos los metales están dentro de la norma” en el caudal de aguas negras… Dentro de la norma; la norma es la norma… aunque sea la que se aplica a los torrentes de aguas negras.
El niño se llamó Miguel Ángel López Rocha, tenía ocho años, habitaba una casa diminuta con sus tres hermanos y sus padres, una casita de cuento —28 metros cuadrados, menos la cochera vacía para un auto—, de las que siguen construyéndose a unos pasos del torrente, en un sitio que se llamaba La Azucena, donde había humedales y se cultivaban sandías, hasta que el agua se envenenó, 30 años atrás. Hace menos de un lustro llegó una constructora, HIR, desecó los humedales y sembró doce mil casas —son más caras que las sandías— y bautizó el sitio con el nombre de Bonito Jalisco. El Ayuntamiento de El Salto le dio permiso “todo es legal” y hiede a muerte. Bonito Jalisco huele feo.
Es 25 de enero de 2008. Miguel Ángel juega cerca del río, igual que todos los días. No hay parques por su casa y el niño es inquieto —el ácido sulfhídrico los pone locos, advierte la ciencia—. En ese momento, una vecina discute con su hija y busca un respiro, a la orilla del Santiago. Ahí, Aurora Rodríguez ve caer a Miguel Ángel al agua. Nadie se asusta: “Todo está dentro de la norma”. El niño sale, se estila y juega.
En La Azucena o Bonito Jalisco hay doce mil casas, todas vecinas del maloliente río Santiago.
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Por la noche, Miguel Ángel empieza a morir con una diarrea blanca, acuosa. El siguiente día sus padres lo llevan a la Cruz Verde y de ahí al Hospital General de Occidente (HGO). En el sanatorio público, Miguel Ángel dice que cayó al río. Convulsiona, alucina, cae en coma. Jamás despierta.
Esto huele a metales pesados, sospechan los médicos. El 29 de enero la jefa de Pediatría, Teresa Martínez, anota en un documento del expediente de Miguel Ángel: “Deshidratación, diarrea y crisis convulsivas + intoxicación por metales pesados”. Tres días después, el 1 de febrero, cuando ese informe permanece oculto, el director del HGO, Enrique Rábago, declara: es muy probable que el pequeño esté intoxicado por derivados del opio: segunda versión oficial, segunda. La primera la da unas horas antes el secretario de Salud de Jalisco, Alfonso Gutiérrez Carranza: el niño se cayó y se golpeó la cabeza. ¿Cuál río? ¿Cuál contaminación?
Tercera versión oficial: los exámenes de orina los realizó una prestigiosa toxicóloga, Luz María Cueto, a solicitud de las autoridades sanitarias de Jalisco. Encontró entre cuatro y diez veces más arsénico de lo normal. El 7 de febrero, en una conferencia de prensa junto con la especialista, las autoridades de salud admiten que el arsénico juega con la vida de Miguel Ángel. A los padres del Miguel Ángel, María del Carmen Rocha y Raúl Luna, se les prohíbe el uso del teléfono celular en el hospital y la constructora HIR despide a la tía del niño, María del Refugio Rocha, que limpiaba las casas recién terminadas de Bonito Jalisco.
Miguel Ángel murió la tarde del 13 de febrero.
La muerte ronda al río. Miguel Ángel, de ocho años, falleció el 13 de febrero, días después de caer al agua.
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El parte médico del hospital público indica que Miguel Ángel murió a causa de una infección generalizada, segundaria a una intoxicación por “agente químico”. Los partes médicos son de pocas palabras.
El gobernador Emilio González Márquez manda condolencias de lejos. Admite que el río Santiago está muy contaminado y se le ocurre: habría que entubarlo. Versión oficial: el río Santiago está contaminado, apesta.
Verde y café, y espumoso. el gobernador lo olió en agosto pasado y declaró: «no se puede vivir así»
Los habitantes de El Salto que han vivido más de 40 años recuerdan la escena. Una mañana de los años 70 el río Santiago se pintó de colores, como una alucinación psicodélica; al rato, cientos de peces —los más exagerados afirman que eran miles— aparecieron muertos en las aguas superficiales. Nadie le dio importancia. Incluso, muchos se pusieron contentos: ya no tenían que molestarse en pescar. Y no: los peces se acabaron para siempre. En cambio, el corredor industrial de la cuenca, el que todos confundieron con progreso, marchaba viento en popa.
La molestia ciudadana mereció esta reacción oficial: entubarán el río
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En los años ochenta y noventa, la Comisión Nacional del Agua documenta la presencia de metales pesados en el torrente: mercurio, plomo, arsénico, níquel; también hay cianuros. En 2000, el estudio de Juan Gallardo, un científico del Centro de Investigación y Asistencia en Tecnología y Diseño de Jalisco (Ciatej), reitera la existencia de metales pesados en el lodo del río y gases en el aire de El Salto y Juanacatlán. En 2005 la Universidad de Guadalajara alerta: metales pesados en el río. En 2006, la Comisión Estatal del Agua, del gobierno del estado, comprueba: hay metales pesados en el río.
En 2008, el 20 de febrero, un empresario promete: está dispuesto a tomar agua del Santiago; es más, se mete a bañar al río para demostrar que el agua es buena. El de la boca es Javier Gutiérrez Treviño, coordinador del Consejo de Cámaras Industriales de Jalisco. Versión sin validez: al final, no se anima.
Por esos días: Emilio González, el gobernador, se reúne con algunos pares de Javier y representantes de varios medios de comunicación. Les dice, en versión extraoficial, que en la necropsia del cuerpo de Miguel Ángel se encontraron “sorpresas”, un eufemismo de abuso sexual y golpes.
–El Santiago viene desde chapala a la ciudad por el salto y Juanacatlán
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Unos días después, el 25 de febrero, en versión oficial: el colaborador más cercano de Emilio, el secretario de Gobierno Fernando Guzmán, dice, en resumen, que no sabe de dónde salió el rumor del abuso sexual y los golpes. Dice: los rumores no son buenos; hay que esperar la necropsia.
Y la necropsia se hace pública 48 horas después. Y la cuarta versión oficial afirma: no hay arsénico en el cadáver de Miguel Ángel. La diarrea, los moretes y todo el cuadro clínico tan similar al envenenamiento por arsénico era en realidad un cuadro clínico de intoxicación por heces fecales (caca, mierda, excremento). ¿Y la primera versión oficial, la de los golpes? No hay. ¿Y la segunda, que hablaba de enervantes? No hay. ¿Y la extraoficial, la del maltrato? No hay. ¿Y la tercera, del arsénico? ¿Las pruebas de laboratorio prestigioso que avaló la Secretaría de Salud? “Se perdieron?”, se encoge de hombros el director del Instituto Jalisciense de Ciencias Forenses, Claudio Lemus Fortoul, como si hablara del extravío de un lápiz usado.
El agua lleva níquel, plomo, arsénico y cianuros. La cea lo supo en 1992
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La versión oficial de los promotores de vivienda de la constructora HIR, la tarde del viernes.
—Bonito Jalisco. ¿En qué podemos servirle?
—¿Tiene casas?
—Tenemos de dos plantas, con dos recámaras, a 306,125 y 328 mil pesos. Usted debe ganar por lo menos 8,500 pesos mensuales y no aparecer en el buró de crédito. Va a haber unas más económicas a finales de este año.
—Pero no están cerca del río, ¿o sí?
—Sí, pero no se apure: no hay problema. El río está en la norma y lo van a entubar: el gobierno acaba de decir…
A los ojos del gobierno estatal, y de los vecinos, el río se muere
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