Agustín del Castillo – PÚBLICO
Nadie sabe exactamente cuándo murió la criatura. El primer signo fue el cambio de comportamiento de la Pecas, que de mostrarse agresiva, se revolcaba y jugueteaba coqueta frente a los extraños, en clara señal de su regreso al celo, posible sólo en ausencia de crías. Días después empezó a llegar un olor fétido desde la arboleda, y no tardaron los zopilotes en exhibir su lúgubre planeo por encima de las tescalamas. Entonces, los hombres se animaron a entrar.
Al interior del predio enmallado de 1.1 hectáreas, en los días finales del pasado octubre, el investigador Rodrigo Núñez encontró el cadáver.
El cráneo del cachorro lucía destrozado por una mordedura de la propia madre, que probablemente se comió el cerebro. Pero no se descarta que el perecimiento lo hubiera provocado el veneno de algún reptil común en la selva mediana —víbora de cascabel o monstruo de gila, por ejemplo—, y luego, la pantera se comiera los restos, una forma de canibalismo bastante extendida en muchos felinos, señala Gonzalo Millán Curiel Alcaraz, director de unidad de manejo forestal de El Tuito, y principal asesor de los comuneros de Bioto en el proceso de rescate del jaguar en esta región de la Costa Norte de Jalisco.
“Porque el vientre de la Pecas se veía inflado, como si hubiera ingerido ponzoña del cuerpo de su tigrito”, agrega en defensa de la reputación de la fiera (en náhuatl, tecuani) más famosa de esta región del país.
Lo único cierto es que hace casi cinco semanas se perdió el primer fruto de la relación entre la Pecas y Heracles, las estrellas de la unidad de manejo de vida silvestre que la comunidad indígena de Santa Cruz del Tuito abrió, en principio, para preservar a la hembra de Panthera onca que una tarde de junio de 2003, a menos de un mes de nacida, rescató don Gilberto Rodríguez en las cuevas del Castillo de los Jilotes, tras la muerte de su madre a manos de cazadores furtivos (Público, 24 de agosto de 2003 y 2 de diciembre de 2007).
Más de cinco años de trabajo no pueden venirse abajo por este infortunado incidente, advierte Curiel Alcaraz. En todo caso, se ha aprendido de las costumbres de estas criaturas tan mal conocidas, y en unos días más, los “tigres” serán nuevamente reunidos en busca de una segunda reproducción, y de una historia más feliz.
La historia. El 1 de abril de 2008 nacieron dos cachorros de la Pecas. “Al primero lo acicaló y preparó bien, con todos sus instintos maternos, y tal vez por la misma inexperiencia, por ser primeriza, lo apachurró […] al segundo cachorro le fue mejor. En consultas con expertos, nos recomendaron que no lo separáramos de la madre, que lo dejáramos a ver qué pasaba, toda vez que las condiciones del sitio eran favorables, había ecosistemas con buena salud, cuevas en donde se podían refugiar, agua, y les estuvimos suministrando alimentos; hasta el quinto mes todo iba funcionando muy bien…”.
—¿Qué sucedió?
—[…] encontramos el cadáver y Rodrigo vio a la Pecas inflada del vientre como si fuera a parir otra vez; yo pensé en muerte por envenenamiento, provocada por alguna víbora de cascabel con que se haya puesto a jugar el cachorro; no es raro, empiezan a jugar y al final es de mordedura lenta pero muy efectiva.
—¿Se lo comió y le hizo efecto el veneno?
—Puede ser, porque la parte que le quitó al cachorro fue la cabeza, que la destrozó, devoró el cerebro y una parte de la espaldilla.
El suceso no arredra a los gestores del proyecto. Heracles goza de buena salud, y la Pecas tiene varios años más para reproducirse. La clave será separar pronto a las crías o bien confinar al macho de inmediato, apunta Curiel. Porque por allí se cuela la más probable, y a ojos humanos, siniestra, de las eventuales causas del fallecimiento, sin olvidar que la naturaleza no participa de esos dilemas morales.
—¿Y si fuera la Pecas la autora directa de la muerte?
—Ni modo: es lo más cercano a las evidencias; podría haber sido por la falta de alimento, pero lo descartamos porque cada tercer día les dábamos de comer; el otro motivo del sacrificio pudo ser la presencia de Heracles, que sólo estaba separado en un enrejado contiguo; las feromonas y las hormonas no las percibimos nosotros pero las hembras sí, y más si el cachorro era hembra —lo cual nunca pudimos saber—. O sea, que la hubiera visto como competencia, o simplemente que el efecto de las hormonas haya sido tan fuerte que obligara a sacrificar al cachorro para poder entrar en celo nuevamente.
—¿Y así sucedió?
—Inmediatamente. En pocos días la Pecas entró en celo.