Miguel Ángel está intoxicado por arsénico. Nadie lo golpeó ni se drogaba, como quisieron hacer ver las autoridades. Hoy está claro que el niño se está muriendo por los efectos de un río contaminado. A pesar de que la noticia ha estado presente en todos los medios desde hace varios días, da la impresión de que no se ha valorado la gravedad del asunto: el río representa riesgo de muerte para los habitantes de la zona.
El asunto amerita la presencia de la Secretaría de Salud federal y de la Semarnat; amerita que el gobierno del estado levante la mano y pida de manera urgente apoyo de la Federación para resolver el problema. Es un tema mayor.
El arsénico es un metal sumamente tóxico. A diferencia del río Santiago, que se ve mal, sabe mal y huele mal, el arsénico es insípido e inodoro. En el caso de Miguel Ángel López Rocha, de ocho años, todo parece indicar que se trata de una intoxicación por vía digestiva, es decir, tragó agua con altos contenidos de este metal.
En descargo de los médicos hay que decir que no es una intoxicación fácil de detectar. El arsénico se usa en varias industrias, entre ellas las del vidrio, cerámica y en la de autopartes para ciertas aleaciones de cobre o plomo. Pero el uso más extendido del arsénico es como plaguicida y en muchos países está prohibido.
El origen del arsénico en el río Santiago podría ser de tipo industrial o agropecuario. Es decir, en el caso de la contaminación del río no hay que voltear a ver solamente a la industria y a las descargas de los municipios, sino también al campo. Los contaminantes urbanos o industriales se pueden resolver con plantas de tratamiento; los agropecuarios no.
En la intoxicación de Miguel Ángel no hay culpables. No se puede culpar a la madre ni al niño ni tampoco a ningún funcionario en particular. Pero sí hay responsables: las autoridades que no hicieron nada en su momento y las que ahora tienen que hacer frente al asunto para solucionar lo más rápido y lo mejor posible el problema del río, independientemente de presas, discusiones y opiniones.