Es San Francisco Pichátaro, antiguo poblado de la colonial República de Indios de Pátzcuaro, que hoy pretende erigirse en algo más que un símbolo de resistencia a los embates de la globalización.
Se trata de enfrentar muchas plagas modernas: las mafias de talamontes y de aguacateros que destruyen los bosques de la Meseta Purépecha; la entrada masiva de productos genéticamente modificados que alteran o destruyen las milenarias especies vegetales aborígenes; la endémica pobreza social; la orfandad de ciencia y conocimientos que hunde en la ignorancia a las comunidades tradicionales; la pérdida de la autonomía alimentaria y económica; los bienes raíces —la tierra como mercancía— que atacan la noción de la tierra sagrada y primordial.
Por eso, este pueblo pretende estar realizando en santa paz una revolución —revolución como cambio, pero también como «vuelta a los orígenes»—, que lo ha llevado a declararse «primer territorio purhépecha [sic] libre de maíz transgénico»; que lo apura a despreciar el atractivo mercado del aguacate, con sus tentaciones millonarias y sus amenazas criminales; que lo urge a ensayar por el camino del autogobierno ante la erosión del Estado y el incumplimiento en sus deberes de procurar seguridad y justicia; que, aferrado a su voluntad comunal, expulsa a las instituciones agrarias, que suelen ser portadoras de los intereses extraños que fragmentaron y destruyeron a muchos de sus vecinos en la región.
Este diagnóstico y plan de acción es compartido por todos los liderazgos del pueblo, advierte Heriberto Rodríguez Silva, presidente del comisariado de bienes comunales.
El problema de los bosques, añade, se ha agudizado por un decreto que data de 1937 y prohíbe cualquier manejo forestal en la zona que alimenta el lago de Pátzcuaro. «Es una ley muy absurda; está prohibido el manejo, y las plagas han crecido de forma tremenda […] La comunidad pertenece a la cuenca, pero jamás se le ha tomado en cuenta para la toma de decisiones en el manejo del área, y no se puede olvidar que aquí se tiene una zona muy importante de captación de agua», lo secunda Jaime Navia Lezama, asesor comunitario y miembro de Gira, AC (Grupo interdisciplinario de tecnología Rural Apropiada).
«Ese decreto dice que no se debe modificar el bosque nativo, no dice que no puede manejar, pero las autoridades prefieren una prohibición total […] La prohibición nos trae un problema más difícil, porque el asunto del aguacate empezó a subir y con él las plagas, pero esos candados impidieron un manejo forestal; aparte se metió el Procede [Programa de Certificación de Derechos Ejidales, de la Secretaría de la Reforma Agraria] y a todos los ejidos de la cuenca los partió en lo que es tierras de uso común, de bosque; todo el mundo empezó a vender y hay cerca de 400 hectáreas de aguacate arriba de la cuenca […]», amplía el presidente comunal.
La tentación del aguacate es enorme, pues se ofrecen miles de pesos a campesinos habituados a una vida de estrecheces. Esto es una manzana de la discordia, y demanda esfuerzos extra para contenerlo, pero se ha logrado hasta ahora, señala aliviado.
Pero el aguacate es uno. Hay más. «Tenemos problemas por la entrada de cultivos de maíz transgénicos, y nos ha obligado a un trabajo más fuerte con los jóvenes […] Vamos a prepararnos para enfrentar la mundialización, pero es esencial acordar cómo hacerlo, de qué herramientas requerimos, cómo vamos a recuperar los ecosistemas […] el modo en que van debilitando las estructuras comunitarias, nosotros pensamos que son políticas de Estado muy fuertes…».
La certificación de zona libre de transgénicos fue un paso. El siguiente, recuperar la sostenibilidad alimentaria. También, proteger los bienes bajo riesgo, como los bosques. «Queremos meter la policía comunitaria, pero es muy difícil por la cuestión de las leyes, cómo las armamos, cómo les damos autoridad […] Invitamos a la Profepa [Procuraduría Federal de Protección al Ambiente], pero las sanciones que pone no son suficientes, va a ser difícil que ellos puedan tener el control […] La señal que nos manda el Estado es: ‘Si quieren acabarse el bosque, es bronca de ustedes’. Eso ya lo entendimos…».
Mientras esos acuerdos avanzan, en Pichátaro se preocuparon por dar espacio al conocimiento. Donaron terrenos para construir un campus de la Universidad Intercultural Indígena, «para que los jóvenes de nuestros pueblos puedan educarse; ya está operando, son cerca de 300 estudiantes, hay cuatro carreras y empezó una maestría, pero van a empezar a construirse aquí las instalaciones y eso nos va a permitir enfocar las cosas de manera distinta, como el desarrollo sustentable […] Creemos que se pueden buscar mejores formas de aprovechar los bosques, nuevas formas de supervivencia a toda esta política que nos afecta».
San Francisco Pichátaro tiene una economía eficiente, porque sus talleres artesanales dan casi pleno empleo, si bien con ingresos modestos. La migración es muy baja (apenas 2 por ciento), y la propiedad se ha conservado en sus manos originarias. «Aquí el acuerdo comunal es que ningún terreno, ninguna parcela se le vende a gente de fuera». No obstante, se viven tiempos de estancamiento económico, y eso es un riesgo.
Aarón Gallardo detalla el escenario económico de su pueblo. 302 talleres de artesanía y muebles de madera que generan 1,200 empleos directos e indirectos; trece razas de maíz en sus parcelas, pero, en general, más de cien especies de diversas plantas cultivadas; más de cinco mil hectáreas de bosque donde se aprovecha madera, se recolectan hongos y plantas medicinales y se comienzan a aprovechar para ecoturismo.
Esta zona que hoy diseña una respuesta al desafío global es paradójicamente hija de la primera globalización del mundo, que fue la dispersión humana, conquista y colonización europea en América y Asia, en el siglo XVI. De ese proceso recibió su fe cristiana, su organización jurídica y sus primeros atisbos de ciencia objetiva.
San Francisco Pichátaro lucha por no ser desarticulado. El letrero enclavado al borde de la ruidosa plaza, casi sobre la carretera, que certifica su liberación de uno de los negocios emblemáticos de la nueva globalización —la industria alimentaria—, fue instalado para que ningún viajero olvide que los hombres a veces se aferran a construir una historia propia.
*****************************************************************
CLAVES
La comunidad
San Francisco Pichátaro forma parte de la cuenca del lago de Pátzcuaro; fue fundada por las tribus purépechas y formó, en la Colonia, parte de la república de indios de Pátzcuaro, el enclave aborigen más privilegiado del país, junto con la república de Tlaxcala, por los méritos que reconocieron los españoles a su contribución a la conquista de otras regiones
Actualmente es una comunidad indígena cuya máxima autoridad es una asamblea, de la que derivan la representación de bienes comunales y la autoridad de gobierno comunal, lo cual deriva en comités y en representantes de los siete barrios: San Miguel, San Francisco, Santos Reyes, San Bartolo I, San Bartolo II, Santo Tomás I y Santo Tomás II
Maíces criollos presentes en la comunidad son el blanco o ranchero, el blanco o chiquito, el blanco o pichátaro, el maíz de Chalco, en maíz cónico, el maíz «ocho surcos», el maíz «pinto», cinco variedades de maíz de Ekuaro, maíz amarillo Cuitzalan, maíz rosado y maíz amarillo «Toluqueño»