La experiencia de los campesinos de la región con las empresas turísticas está llena de claroscuros
Permanece el enfrentamiento de dos formas de entender el progreso de la costa: como conservación o como construcción de infraestructura y desarrollos
Por: Agustín del Castillo
16 de enero de 2022.-Beatrix Kiddo se coló en una de las villas de Careyes ya avanzado el atardecer. El sol se ponía en el océano Pacífico, y proyectaba esos rayos rojizos, malignos y deslumbradores de que hablaba Nietzsche (El canto de la melancolía) sobre los macizos acantilados, que mantenían su eterna batalla contra el mar picado. Era un día de febrero de 2003.
La mujer buscaba una venganza, “plato que se come frío”, cinco años después. Llegó en un descapotado que había circulado por las brechas y carreteras del sur de Jalisco: ese paisaje magnífico de palmeras que inundan la vista tras dejar Cihuatlán hacia el norte y que hoy está a punto de desaparecer (los paisajes, incluso inducidos, como lo es una vasta plantación coquera, son capricho de la economía y la casualidad en un país donde el respeto al patrimonio suele ser letra muerta).
El monólogo fúnebre de la espigada rubia de ojos azules se había pronunciado puntualmente mientras su cabellera era removida por el viento y el polvo ante la majestuosa inclinación, en una especie de homenaje, que le hacían ese mar de palmeras:
“Parecía muerta, ¿no? Pero no lo estaba. Pero no fue por falta de intentos, te lo aseguro. De hecho, la última bala de Bill me puso en coma. Un coma en el que estuve durante cuatro años. Cuando me desperté, comencé lo que los anuncios de películas llaman un ‘alboroto rugiente de venganza’. Rugí. Y me desboqué. Y obtuve una maldita satisfacción. He matado a un montón de gente para llegar a este punto, pero solo tengo una más. El último. El que estoy conduciendo en este momento. El único que queda. Y cuando llegue a mi destino, mataré a Bill”, se dijo a sí misma.
El homicidio, en virtud de cierta sobriedad de la técnica marcial empleada por la asesina, se consumó casi en silencio en este paraíso conocido como Cayeres. Bill lo merecía, a todos nos ha quedado claro a tantos años del suceso.
No obstante, tanto Uma Thurman (Beatrix Kiddo) como David Carradine (Bill, el jefe de los sofisticados matones), salieron después a pie y sin muchos raspones luego de filmar la escena.
En este paraíso de la Costa de Jalisco ocurrió la culminación de la grabación de la exitosa Kill Bill 2, del cineasta Quentin Tarantino: una especie de coronación ante las élites de Hollywood para un desarrollo inmobiliario-turístico, Careyes, concebido desde sus cimientos por un audaz italiano, Gian Franco Brignone, quien emergió en estos litorales en los años sesenta del siglo XX, sobre una tierra casi virgen de la que puede reclamar, con los necesarios matices, el nombre de pionero.
Y desde entonces, Brignone más allá de sus extravagancias personales (o tal vez por ellas; las élites también son presa de supersticiones), construyó un mundo aparte del subdesarrollo que domina en este rincón mexicano.
Este excéntrico italiano, banquero millonario, llegó a México a finales de los años 60, buscó un lugar donde invertir y lo encontró por casualidad en la Costa de Jalisco donde construyó un paraíso llamado Careyes, donde murió este 11 de enero, con 95 años, dejando no sólo un mar de historias a su alrededor, sino también una huella indeleble en la urbanización, muy a su estilo, de este lugar rodeado de selva baja caducifolia, uno de los sitios prioritarios para la conservación a nivel nacional y mundial.
El paso de Gian Franco Brignone no fue precisamente un paseo triunfal: en el camino se enfrentó a intereses tan poderosos como el suyo. La alta diversidad biológica de estas selvas caducifolias y sus ricos humedales, donde sobreviven el jaguar, el puma, el ocelote, el cocodrilo, una miríada de especies de aves y al menos tres especies de tortuga marina que desovan en sus quietos médanos (entre ellas la carey, Eretmochelys imbricata, que dio nombre al destino), ha motivado esfuerzos de protección que culminaron con la reserva de la biosfera Chamela-Cuixmala, con el santuario marino Islas de Chamela, y hace quince años, con la inscripción del sitio a la lista de reservas de la biosfera del programa MAB (El hombre y la biosfera)-UNESCO.
Ese trabajo, sancionado por el gobierno mexicano y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), contó con el patrocinio del megamillonario francobritánico Sir James Goldsmith, fallecido en 1997, cuyo lobby condicionó fuertemente los sueños inmobiliarios de Brignone y sus socios, incluso hasta la actualidad.
El sir es icono del respeto a la selva, aunque sus críticos lo ven como disfraz eficaz en el afán de preservar su paraíso privado, el rancho Cuitzmala, a costa de frenar otros negocios inmobiliarios.
Su aliado principal fue y es la UNAM, pues era amigo personal del ex rector José Sarukhán, quien hizo sus prácticas en el laboratorio natural que la casa de estudios posee en la zona, y del ex presidente Carlos Salinas de Gortari, que allanó el camino para el decreto de reserva de la biosfera, en 1993.
Hoy, 52 años después de abierto, la historia de Careyes, el megadesarrollo creado para usufructo del jet set político, económico y, en general, de los famosos de este mundo, ha dado un nuevo vuelco.
El pasado 10 de enero de 2021, a los casi 96 años de edad, Gian Franco Brignone, el ex banquero de Turín, desarrollador hotelero e inmobiliario, traficante de influencias (esto es México), promotor de sabiduría New Age y de la armonía cósmica, ha muerto.
LA CONQUISTA
“A estas tierras el único que entraba era Rodolfo Paz”, me advirtió hace casi dos décadas José de la Concepción, Don Concho, Rodríguez Palomera, hoy muerto, y por entonces con 87 años, desde un jacalón de la comunidad de San Mateo, muy cerca del palacio de los sueños de Careyes.
Don Concho arribó apenas a los siete años, aproximadamente en 1925, a acompañar a su padre a trabajar en la hacienda de Chamela, en medio de selvas densas, donde los venados se reproducían prodigiosamente y los jaguares (“tigres” para los lugareños) eran numerosos y apacibles con los humanos.
Fue uno de los últimos testigos de la violenta, frecuentemente tramposa, colonización de estos vastos territorios que habían permanecido parcialmente intocados desde el derrumbe del mundo indígena por la conquista española, a finales del siglo XVI.
“La gente de acá estaba bien jodida, y ese señor mandaba; yo trabajé con él, nos la pasamos tumbando monte por todos lados, pues era dueño de casi todo, porque recibió una herencia de su señora, que se llamaba María de los Ángeles [de donde se tomó el nombre de Ángeles Locos, el predio que hoy ocupa el hotel Fiesta Americana].
La propiedad de El Tecuán también era de él, pero se la quitó el general Marcelino García Barragán porque descubrió que Rodolfo mató mucha gente…”.
Su explicación: el acceso a la zona solo era posible por el mar, y el patrón acarreaba peones para trabajar en sus amplios dominios. “Metía gente por Tenacatita en lanchas de palo con alambres, viniendo desde Manzanillo; habíamos también los que veníamos de La Huerta, pero a nosotros nunca nos dañó […] pagaba con fichas, y luego, cuando los peones querían regresarse a sus lugares de origen, se las cambiaba por dinero”.
“Pero no los ayudaba a salir, la gente se iba como podía, y siempre ponía unos pistoleros a esperarlos en una cueva por la que debían cruzar; entonces los mataban, les quitaban el dinero y enterraban sus cuerpos en el fondo de un pozo”.
García Barragán, el cacique justiciero, general de la revolución mexicana y luego gobernador de Jalisco (1943-1947) y secretario de la Defensa Nacional (1964-1979), lo sorprendió en el juego siniestro. Lo amenazó, le advirtió lo que pasaría si persistían esas barbaries, y como condición para el perdón le exigió que le escriturara el predio de El Tecuán. Así era la justicia entre señores.
Luego llegaron los colonizadores de un modelo desarrollista de corte nacionalista, que retrató poéticamente el ex gobernador Agustín Yáñez en su célebre La tierra pródiga. Uno de los más famosos, Longinos Vázquez, de quien se calca el personaje de Tiburcio Lemus de la novela, donde se le describe como una especie de Atila tropical: “donde pisaba no volvía a crecer una brizna de yerba”.
Don Concho, quien asegura tener parentesco con el maderero, nativo de La Resolana (Casimiro Castillo), da una estampa vívida del cacique: “fue mi patrón; era bien cabrón, talaba todos los montes y era dueño del agua; cuando quería darle agua al pueblo de La Huerta, abría la llave, y cuando no, la cerraba”.
“Era la ley aquí, pues era dueño de haciendas y de miles de hectáreas de terreno”. Con el corte de madera, “hasta a su papá se chingó, porque estaba bien estudiado y sabía lo que valía de la madera; pelaba los cerros y toda la madera la embarcaba en Manzanillo y la mandaba a Estados Unidos”, indica.
En los años cincuenta, hubo una intensa explotación de maderas tropicales. El negocio atrajo a trabajadores rusos y estadunidenses con maquinaria moderna que ayudó a la labor de la destrucción.
Los ejemplares finos: caoba, cedro, tampiciran, barcino y primavera, fueron arrancados. A sus lados se dejaron árboles degradados y tierra erosionada. A Longinos, uno de los afectados por el decreto de la reserva de la biosfera Sierra de Manantlán, se le acabó la fortuna a comienzos de los años 90 del siglo XX, y murió apenas en 2015 en Guadalajara.
A diferencia de don Concho, un auténtico pionero, los ejidos fueron dotados tarde sobre las superficies de las antiguas haciendas como la de Rodolfo Paz.
Arnoldo Ochoa Valencia, ejidatario, llegó a la zona en 1970, proveniente de Aguaje, en Aguililla, en la Tierra caliente de Michoacán. El periplo fue con todo y gallinas, apenas en dos días. La carretera costera ya estaba en construcción.
“Allá en nuestra tierra no teníamos parcela, pero a mi papá le gustaba la agricultura y rentaba unas tierras, hasta 30 hectáreas de sorgo y ajonjolí; había un ejido que se llamaba Montoso; mi padre se inscribió y apuntó a mi hermano mayor, pero nunca se pudo ganar nada; pero lo que nos hizo venir para acá fue que nosotros ya estábamos creciendo y mi papá pensaba sobre el problema de las drogas, pues empezó lo de la mariguana, y dijo: pues los voy a sacar a un lugar más sano, donde no haya todo este desmadre; pero sucede que en todos lados es lo mismo; él nos inscribió [para el ejido] y al poco tiempo nos dieron la tierra, y llegamos acá. Las drogas ya estaban aquí también…”.
Otro personaje esencial de la historia de la costa, y Careyes, es el español Luis de Rivera, el corredor de bienes raíces que hizo posible la operación de adquisición. Hombre expansivo, carismático, afable, me tocó conocerlo en Puerto Vallarta en 1997, por mediación del entonces funcionario de la Comisión Estatal de Ecología, Miguel Magaña Virgen, durante una gira de trabajo del presidente Ernesto Zedillo.
Lo acompañaba el hijo de Gian Franco, Giorgio Brignone. Ambos expresaban quejas por el poder desplegado por los herederos de Sir James Goldsmith, muerto unos meses atrás, para impedir sus proyectos de inversión sobre el codiciado litoral del municipio de La Huerta.
Luis de Rivera, mientras es elogiado por los empresarios regionales, tiene el recelo de los viejos campesinos, pues aseguran que los embaucó para quedarse con las mejores tierras.
“Habrá desarrollado la costa, pero a nosotros nos acabó”, advierte Arnoldo Ochoa, del ejido San Mateo. Este núcleo agrario llegaba al mar. Luego se le obstruyó la salida, pues salió nuevo dueño, lo que atribuye a los manejos en las instancias agrarias del astuto peninsular.
Don Luis estaba presuntamente ligado por parentesco político al zar boliviano del estaño, Antenor Patiño, suegro a su vez de sir James Goldsmith.
El historiador Carlos Tello Díaz lo entrevistó para su libro Los señores de la costa. Y en un artículo en la revista Nexos, describe el descubrimiento de las caletas donde se ubica Careyes, en 1968:
“Era el día más bonito del mundo… Precioso. Divino. Todo estaba verde, el mar azul, las playas blancas. ¡Todo ideal!’. Así lo habría de recordar muchos años más tarde, con una luz en la mirada, el ingeniero Luis de Rivera, quien ese día acompañó a Gian Franco Brignone en el descubrimiento de la costa de Careyes. Volaban desde temprano por la mañana en una avioneta de una sola hélice, blanca, con una línea color vino en la cola. ‘Una Cessna 172, microscópica, con un piloto americano que tenía un aliento terrible’, recuerda Luis.
“Cabíamos justo los cuatro…’. Gian Franco Brignone, Consuelo von Oppenheim, Luis de Rivera y el piloto de Manzanillo, Robert Hallsey quien tenía sesenta y seis años y estaba destinado a sobrepasar los cien, originario de Washington DC”.
“Gian Franco viajaba entonces por México con el proyecto de comprar terrenos en la costa del Pacífico. Decía que estaba harto de Europa. Luis insistía en unas playas que acababa de conocer hacía más o menos un año, hacia el norte de Manzanillo, en dirección a Chamela.
“Era una región que había permanecido despoblada a lo largo de los años, prácticamente incomunicada con el resto del país. Pero Gian Franco no parecía muy convencido: decía que quería comprar en Manzanillo. ‘Así pasó el tiempo, hasta que el último día me dijo: Oye, voy en avioneta a Puerto Vallarta. Tengo que volar a Europa. ¿Por qué no te vienes conmigo y me enseñas tus famosas playitas?’. Era el 2 de julio de 1968, Día de la Visitación de la Virgen” (en https://www.nexos.com.mx/?p=22004)”.
Sigue Tello Díaz: “La avioneta comenzó a sobrevolar la costa luego de dejar atrás la pista de tierra de Manzanillo, localizada en el pueblo de Santiago. Aún no existía el aeropuerto de Playa de Oro. Pasaron por Cihuatlán y por Barra de Navidad, sin sospechar que en ese sitio habían zarpado las carabelas que descubrieron, en 1564, la ruta de retorno de las Islas Filipinas”.
“Más adelante vieron la península de El Tamarindo, cubierta por la vegetación, seguida por las casitas de palma de los pescadores de La Manzanilla. Todo ahí estaba poblado por un bosque de palmas de corozo. Tras las montañas, junto a la costa, observaron después los manglares de Tenacatita. Al cabo de treinta minutos llegaron a las playas que conocía Luis, al norte del río Cuixmala. No era posible aterrizar, por lo que dieron nomás un par de vueltas por el sitio, para luego seguir hasta Puerto Vallarta”.
“Gian Franco, recuerda Luis de Rivera, tenía la mirada nerviosa y magnetizada al aterrizar por fin en Puerto Vallarta. Luego de llevar a su esposa Consuelo al hotel, volvió a subir a la Cessna junto con Luis para sobrevolar Careyes. El lugar había sido bautizado con ese nombre porque una de sus playas, la más perfecta, la que estaba junto a la laguna, pequeña y rocosa, estaba llena de tortugas con caparazón de carey. Así era llamado aquel paraje por lo menos desde el siglo XIX. Brignone parecía maravillado con lo que veía. ‘¿Cuánto puede costar esto?’, preguntó. ‘No lo sé’, dijo Luis, ‘más o menos un millón de dólares. Pero aquí hay que tener el dinero en la mano para cerrar el trato’. Eran 14 kilómetros de costa —unas mil 500 hectáreas de selvas, manglares, acantilados y playas. Al regresar a Puerto Vallarta, ese día, Luis asegura que Gian Franco tomó nota de su número de cuenta de banco en Manzanillo. ‘No te olvides de comprar’, le repitió”.
Don Concho también tenía presente en 2005, con total frescura, a Luis de Rivera. En esos años sesenta, se hizo vaquero del español y tuvo el encargo de pagarle a Santos y Florentino, campesinos responsables del comisariado ejidal de San Mateo, el precio por desistir un juicio agrario para disputarle a Don Luis los codiciados terrenos junto al mar.
“Yo les entregué las vacas a ellos; seis vaquillas escogidas y luego Santos quiso otra que nunca nos pagó; se la di, además de una escopeta y 65 pesos; eso fue lo que le costó a don Luis la playa que baja a Chamela”. De acuerdo al testimonio, la clásica borrachera, las prostitutas, el chantaje a los sorprendidos ejidatarios, eran parte del paquete de estímulos que les brindaba el empresario.
Arnoldo se irrita con la referencia. “Nos compró como los españoles en la conquista: tierras que valen oro a cambio de espejos”. Con un patrón similar, el acaudalado extranjero adquirió propiedades como Careyes, Pérula, La Rumorosa, Playa Azul, El Paraíso, lo más granado del litoral jalisciense. Y para quienes oponían resistencia, contaba con un ejército de abogados y de guardias blancas. O sea, por las buenas o por las malas.
“A mí me mandó a la chingada –agregó el viejo Concho en esa conversación nocturna en San Mateo, para seguir descargando su conciencia- porque no quise firmar un documento como testigo de que estaba en posesión de otro predio que deseaba mucho; allí metió en una noche como 40 trabajadores y sembró palmeras antes de la mañana para demostrar a los enviados del juzgado que lo tenía en producción y tenía todos los derechos”, refirió entre carcajadas. “Era bien sinvergüenza”.
Por su parte, los investigadores Patricia Ávila y Eduardo Luna, confirman esta historia: “La adquisición de tierras llevó poco tiempo, pero no estuvo exenta de conflictos sociales y resistencias locales por parte, sobre todo, de los ejidatarios y los pescadores, que eran los dueños y usufructuarios de esa zona. Con el poder del dinero se compraron ‘voluntades’ y se logró adquirir grandes extensiones de propiedades privadas, que se ubicaban en la franja costera a precios ínfimos, y con el poder del Estado se logró obtener decretos de inafectabilidad agraria, que dieron certeza plena a los inversionistas extranjeros de que no se formarían ejidos ni habría litigios. Esto fue el inicio de la privatización de la franja costera jalisciense en los años setenta”.
A pesar de estar prohibido constitucionalmente, “Brignone adquirió grandes extensiones de tierra en la franja costera, como Playa Blanca, Playa Rosa y Playa Careyitos, así como la Península de las Estrellas, todas ellas provenientes de proyectos de ejido y pequeñas propiedades. Al poco tiempo, logró certeza jurídica de que no sería afectada su propiedad privada: el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización emitió un certificado de inafectabilidad del predio Careyitos, firmado por el entonces presidente de la República, Luis Echeverría. Esto posibilitó la realización de inversiones inmobiliarias y turísticas: el primero en construir, a principios de los años setenta, fue el Club Med, una cadena exclusiva de hoteles en todo el mundo. Luego se construyó el Hotel Plaza Careyes” (ver http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032013000100003).
No se puede evitar mencionar que muchos proyectos agresivos de turismo medio y masivo planteados para la costa de Jalisco en los años 80 y 90 del siglo XX, fracasaron por circunstancias políticas y económicas, lo que favoreció tanto al modelo implantado por Careyes como a la conservación patrocinada por la Fundación Cuixmala, de los herederos de Goldsmith. Pero eso no detuvo su enfrentamiento en el nuevo siglo.
LAS DISPUTAS CONTEMPORÁNEAS
La fundación Cuixmala y sus aliados de la UNAM detuvieron, en 2007, el proyecto Rancho Don Andrés, que se construiría sobre la línea del litoral y aumentaría la carga sobre los humedales y la selva seca, territorios de alta fragilidad. Pese al apoyo de los gobernadores Francisco Ramírez Acuña y Emilio González Márquez, poco pudieron avanzar las tentativas del grupo Brignone y sus vecinos. Fue con la llegada del presidente Enrique Peña Nieto, con el priista Aristóteles Sandoval en el gobierno de Jalisco, que retomaron sus proyectos.
Ari Nieto Vélez, representante de los empresarios del corredor Chamela-Careyes, me buscó en Guadalajara a comienzos del año 2011, para hablar de mi cobertura informativa en Público-Milenio, y me pidió que “dejara de atacarlos”. Cuando le expliqué que el periodismo consiste en dar a conocer los conflictos, y que por ende, era imposible acceder a sus demandas, convinimos en que participarían en los procesos informativos donde se hicieran alusiones a sus proyectos de forma crítica.
Independientemente del poder reconocido de la alianza Fundación Cuixmala-UNAM, había a nivel del estado de Jalisco, diversos políticos como el diputado Enrique Ibarra Pedroza (hoy secretario general de gobierno), cercano entonces al hoy presidente Andrés Manuel López Obrador, que presionaban a favor de las demandas de campesinos que se sentían despojados con los proyectos y su esquema de adquisición de propiedades.
En julio de ese año, le escribí a Ari Nieto: “el diputado Enrique Ibarra Pedroza y sus negociadores los acusan a ustedes de fallar a lo acordado a favor de la comunidad de Chamela y los pescadores. Hay irritación especial porque no dejan pasar a los pescadores a cubrir sus labores y porque dicen, ustedes están privatizando la playa, como buenos desarrolladores capitalistas que se pasan por encima la Constitución. También los señalan por no construir la escuela, no haber hecho la reubicación completa del asentamiento, y en general, porque no han respetado los acuerdos de las tres reuniones, además de estar amenazando a algunos activistas. Esto saldrá publicado el próximo domingo, cuando le entreguen la queja a Andrés Manuel López Obrador en su visita a Autlán” (30 de julio de 2011). Ibarra, lo mismo que el hoy gobernador Enrique Alfaro, jugaron el proceso electoral siguiente, de 2012, a favor de López Obrador.
Esto me respondió: “Que te puedo decir, se han escrito tantas mentiras últimamente que esta honestamente ya ni me sorprende […] nosotros llevamos una muy buena relación con los pescadores y ellos pasan libremente por nuestra propiedad además, tenemos al norte, exactamente 400 mts de los pescadores, otro camino abierto para el publico en general y además estamos por abrir un playa totalmente pública a menos de un kilómetro con palapa, baños y estacionamiento. Como ves lo que se pretende publicar dista diametralmente de la realidad. Nuestra relación con el diputado Ibarra ha sido impecable desde nuestra negociación, nos ha manifestado que ha usado repetidamente el ejemplo de las negociaciones de Chamela como un modelo de éxito. Lorenzo Landeros estuvo en contacto con el esta semana y nos recibió con la cordialidad y la amabilidad de siempre. Te insisto, lo que se pretende publicar es una total falacia” (30 de julio de 2011).
Sirva como ejemplo de cómo se han mantenido frentes abiertos a escala nacional y regional. No se puede decir incluso ahora, que alguno de los grupos haya ganado la disputa.
La situación se tornó más compleja. En junio de 2016, reportamos en las páginas de MILENIO JALISCO la tentativa de privatizar 9 kilómetros de la carretera federal 200, justo el segmento de alto valor escénico que atraviesa los predios del corredor Careyes-Chamela, y mover la ruta varios kilómetros tierra adentro, en la selva caducifolia.
“La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), sacó adelante en octubre pasado una difícil negociación con instancias ambientales como el Instituto de Ecología de la UNAM, la reserva de la biosfera Chamela-Cuixmala y la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), para garantizar la ampliación y modernización del tramo sur de la carretera federal 200, entre Melaque y Tomatlán (87 kilómetros), construida en el gobierno de Luis Echeverría, en busca de impactos acumulativos mínimos al entorno natural. El compromiso central fue no modificar el trazo ante el grave perjuicio que suele acarrear una carretera nueva sobre todo en el área más rica y frágil biológicamente: las selvas secas de Chamela-Cuixmala, decretadas reserva de la biosfera en 1993 y que forman parte de la red El Hombre y la biosfera de la Unesco desde 2006, como ‘reserva mundial”, escribí en la edición del 14 de junio de 2016.
“Sin embargo, el resolutivo firmado por la Dirección General de Impacto y Riesgo Ambiental (DGIRA) de la Semarnat, con fecha 14 de octubre de 2015 (oficio SGPA/DGIRA/DG/07126) con anuencia de todas las partes, nunca refiere que desde el 28 de mayo del mismo año, la propia dependencia ya había autorizado un cambio de trazo justo en esa zona de alta fragilidad (oficio SGPA/DGIRA/DG/03903), la cual coincide con los terrenos inmobiliarios más costosos del Pacífico jalisciense: los codiciados acantilados, caletas y esteros entre el sur de la bahía de Chamela y el norte del río Cuitzmala, donde se ubican desarrollos inmobiliarios consolidados o en proyecto como Costa Careyes, Careyitos, Rancho don Andrés y Zafiro, frecuentados por el jet set internacional”.
El efecto de la difusión fue paralizar, hasta ahora, cualquier tentativa de cambio de trazo carretero. Las fuerzas opuestas han mantenido un diálogo, pero no han avanzado muchos proyectos polémicos. Parece que los crecientes problemas generados por huracanes cada vez más devastadores (Jova 2011, Patricia 2015), identificados en el contexto del cambio climático, y la reducción de la inversión pública para modernizar la infraestructura regional, sobre todo la carretera federal y la provisión de agua, han ralentizado las presiones. La otra explicación es la irrupción de un nuevo actor, al margen de la ley, enseñoreado en el territorio y frecuentemente implacable: el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).
El grupo criminal está detrás de actividades como la extracción minera de hierro y la tala de madera, pues controla la movilización de mercancías hasta el puerto de Manzanillo. También se ha erigido en factor de poder no siempre silencioso, con el que hay que hacer negociaciones, al menos indirectas.
La frecuencia de los enfrentamientos entre grupos internos del propio cártel, o contra empresas criminales ajenas, ha provocado un clima hostil a los negocios formales del turismo y los desarrollos inmobiliarios.
El esfuerzo de los operadores de las empresas hoteleras es mantener, como casi siempre lo han logrado, al margen de estos problemas a su exigente clientela. Ello explica la presencia de convoyes de la Guardia Nacional. La diferencia de este rincón del municipio de La Huerta con el resto de la región, lo demuestra.
Gian Franco Brignone recibió en 2006 la Orden del Águila Azteca, máxima distinción que nuestro país otorga a ciudadanos extranjeros por los servicios prestados a la nación o a la humanidad. El secretario de Turismo, Rodolfo Elizondo, se la entregó en octubre de 2006, y lo justificó con estas palabras: “…su nombre está ligado de manera permanente a la Costa de Careyes, donde las playas vírgenes dieron paso a un enorme conjunto de desarrollos y productos turísticos, generando una fuerte dinámica económica y social, que hoy beneficia a muchas familias mexicanas”.
Brignone había mandado hacer, un par de años antes, una escultura denominada “la copa de Sol” en un alto acantilado que domina la playa de Teopa. Ese extraño monumento es hoy promovido como un símbolo de la conciliación del hombre y la naturaleza, y además, se recomienda a los viajeros acudir al sitio a “recargar energías”, en la mercadotecnia típica del espiritualismo New Age.
En 2019, el mítico desarrollo turístico inmobiliario donde The Bride mató a Bill, cumplió medio siglo de existencia. Casi tres años después, en 10 de enero, su creador, un italiano aventurero, hábil para los negocios y las relaciones políticas, se ha ido de la vida con el reconocimiento de muchos y el recelo de muchos más. El destino de este rincón de la costa de Jalisco ya no está más en sus manos.
*Imagen principal publicada en: https://www.revistaclase.mx/noticias/muere-gian-franco-brignone-el-italiano-que-fundo-careyes