Por: Michelle Soto/LatinClima
11 de marzo de 2019.- En tan solo 10 años, el planeta perdió 945.345 kilómetros cuadrados de bosques naturales, un poco más de la extensión total de Venezuela. Esta pérdida de cobertura forestal se ha duplicado desde 2003 y la deforestación en bosques tropicales lluviosos también se ha incrementado el doble desde 2008, según el Global Forest Watch del World Resources Institute (WRI).
En otras palabras, cada minuto, el planeta pierde una extensión boscosa que equivale a 40 canchas de fútbol.
Con ello también se está contribuyendo al calentamiento global -y por ende al cambio climático- dado que se liberan emisiones de gases efecto invernadero a la atmósfera a causa del cambio de uso del suelo. Vale recordar que, sobre todo el carbono, se acumula en la biomasa de la vegetación (hojas, raíces y troncos de árboles, por ejemplo) así como en el suelo. Sin cobertura vegetal, ese carbono que estuvo almacenado bajo tierra durante años termina liberándose y contribuyendo al incremento de la temperatura global.
“La deforestación es la segunda causa del cambio climático después de los combustibles fósiles. Basta pensar en los 2.000 millones de toneladas de dióxido de carbono que absorben los árboles al año, convirtiendo a los bosques en grandes depósitos”, manifestó Douglas McGuire, coordinador de Paisaje y Reforestación de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).
Ante este panorama, Fritz Hinterberger -director científico y presidente del European Institute for Sustainable Development (Seri)- explicó que el cambio climático y “la deforestación provocarán el aumento de los precios de los productos agrícolas, con el consiguiente aumento de la pobreza en todo el planeta, por lo que debemos revisar nuestros modelos de consumo, promover nuevos estilos de vida y una economía circular desmaterializada».
Tanto McGuire como Hinterberger formaron parte del grupo de científicos, ambientalistas, políticos y periodistas internacionales convocados por la organización Greenaccord en la ciudad de San Miniato (Italia) con motivo del XV Foro Internacional de la Protección de la Naturaleza, que este año llevó por título “El respiro de la Tierra: los bosques”.
Lo que se pierde con la deforestación
Para Sergio Baffoni, coordinador de la campaña por los bosques de la Environmental Paper Network, el cambio climático no es el único impacto negativo que trae consigo la deforestación. “El 80% de la biodiversidad de la Tierra vive en los bosques y, de este porcentaje, 250 especies desaparecen por día. Estamos perdiendo especies a un ritmo entre 1.000 y 10.000 veces superior a lo normal. Estamos presenciando la peor crisis desde la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años debido principalmente a la pérdida de hábitats forestales”, alertó Baffoni.
“Un bosque no desaparece cuando muere el último árbol sino mucho antes, debido a las delicadas relaciones que se establecen entre los organismos. El bosque empieza a desaparecer cuando se fragmenta”, comentó Andrea Masullo, asesor científico de Greenaccord, quien agregó que el planeta requiere recuperar 1.000 millones de hectáreas de bosques fragmentados.
“Nos preocupa especialmente la deforestación de las tres grandes regiones del mundo con mayor porcentaje de bosques: la Amazonía, la región del Congo y el sudeste asiático”, detalló Alfono Cauteruccio, presidente de Greenaccord.
Andrey Laletin, presidente de la organización Friends of the Siberian Forests, sumó una más: la región de los bosques siberianos. “En Siberia tenemos otro de los pulmones verdes del planeta y los bosques ocupan 515 millones de hectáreas, el 40% de todo el territorio y dan cobijo a 20 poblaciones indígenas. Todos estos bosques crecen en el permafrost: los crecientes accidentes forestales han permitido que el gas metano se derrita, un gas 30 veces más peligroso que el dióxido de carbono”, alertó.
La causa detrás de la deforestación, según el informe sobre el Estado de los Bosques 2018 de FAO y citado por Baffoni, es el cambio del uso del suelo con fines agrícolas y ganaderos.
Para Masullo no deja de ser curioso que la agricultura busque áreas boscosas argumentando una alta calidad del suelo, la cual se traduce en una alta fertilidad, pero “la calidad del suelo es buena porque ahí hay un bosque. Con el cambio de uso, cuando se pasa de bosque a cultivos, esa calidad se pierde porque precisamente desaparece el bosque”.
Asimismo, con la deforestación se pierden servicios ambientales como regulación hidrológica y térmica, polinización, protección ante desastres, alimentos, componentes para la industria farmacéutica y cosmética, entre otros.
“Los bosques representan el equilibrio y la estabilidad dentro del ecosistema. Sin embargo, cada año perdemos 16 millones de hectáreas de bosque. Estas son cifras asombrosas y deberían ser lo suficientemente fuertes como para impulsar una acción inmediata, ya que los bosques suministran oxígeno, filtran el aire, regulan la humedad de las zonas cercanas, absorben enormes cantidades de gases de efecto invernadero y proporcionan refugio y sustento a las poblaciones locales. Los bosques deben ser considerados recursos universales porque garantizan el equilibrio del planeta y porque su protección es la protección de toda la humanidad, pero en cambio dependen de las débiles legislaciones de cada país”, destacó Cauteruccio.
También, poblados enteros dependen económicamente de los bosques. Ejemplo de ello es San Miniato, cuya trufa -hongo comestible utilizado en la gastronomía de la región de La Toscana- es el motor económico de la ciudad. Para que se dé, se requieren ecosistemas forestales saludables. “San Miniato es la capital mundial de la trufa y les puedo decir que este precioso hongo no estaría creciendo si no hubiéramos aplicado políticas ambientales cuidadosas en nuestra región en los últimos cincuenta años. Hemos logrado mejorar nuestros ingresos económicos respetando el medio ambiente”, comentó Vittorio Gabbanini, alcalde de esta ciudad.
Pero la otra cara de esta historia pertenece a las comunidades cuyos modos de vida dependían del bosque y la deforestación se los ha arrebatado. “La deforestación es una tragedia que afecta la vida de más de 1.000 millones de personas que viven en los bosques o cerca de ellos y se ven obligadas a emigrar a medida que avanza la desertificación. Cada año, unas 200 personas mueren por intentar defender estos territorios y el número está en constante aumento”, alertó Baffoni.
Más ciudadanos, menos consumidores
“La deforestación es impulsada por el mercado, no por la pobreza”, dijo Baffoni y agregó: “los principales impulsores de la deforestación en todo el mundo ya no son los agricultores de subsistencia que tratan de poner alimentos en sus mesas, sino las corporaciones más grandes del mundo, convirtiendo grandes extensiones de tierra para la agricultura industrial”.
Esas corporaciones dependen del consumo que realizan las personas que dan sentido a los mercados. Jinfeng Zhou, secretario general de China Biodiversity Conservation and Green Development Foundation, puso el ejemplo de la presión que ejerce los palillos -utilizados en el servicio express o en la comida para llevar -sobre los bosques. Al año, en China se consumen 45.000 millones de estos palillos. Para ello se deben cortar 25 millones de árboles, lo que implica una reducción de 2 millones de metros cuadrados de cobertura forestal.
Esto, en un país como China, donde la cobertura forestal es de apenas 16,55%, mucho menos del promedio mundial de 27%.
“El sistema económico actual, que se basa en la producción/consumo/residuos, es un monstruo voraz que se alimenta de cantidades cada vez mayores de recursos naturales sin permitir la regeneración. Es cuando los intereses económicos prevalecen sobre la protección de la naturaleza que las consecuencias son desastrosas, con una pérdida masiva de biodiversidad, suministros de agua contaminada y poblaciones indígenas obligadas a emigrar”, manifestó Cauteruccio.
En la misma línea, Marco Marchetti -profesor de la Universidad de Molise en Italia- abogó por volver al concepto de ciudadano en vez de consumidor. “No es suficiente con ser sostenible, hay que ser responsable”, dijo.
Asimismo, Marchetti declaró: “vivimos en una época de desconexión cultural. Debemos volver a un estilo de vida que nos acerque a los ciclos de la vida rural y que, en lo bueno y en lo malo, nos mantenga atados a los ciclos de la naturaleza. Debemos impulsar una revolución cultural, depender de la juventud para cambiar nuestro estilo de vida, hablar de los bosques urbanos, cambiar la forma en que construimos las ciudades, cómo utilizamos el suelo y la tierra”.
El general Davide De Laurentis, vicecomandante de Forestería de la Unidad Ambiental y Agrícola de la Arma de Carabineros, coincidió con Marchetti: “para abordar las cuestiones medioambientales hoy en día se debe arrojar luz sobre el estilo de vida que llevamos a cabo, sobre nuestro consumismo y sobre nuestros modelos de desarrollo actuales, que deben ser revisados. Necesitamos una revolución copernicana capaz de insertar en el cálculo del progreso de una nación el valor del capital natural conservado”, dijo De Laurentis.
Zhou fue un paso más allá y habló de incorporar el Capital Natural dentro de la dinámica económica de los países. De hecho, propuso medir el crecimiento y el progreso a partir del Producto Ecológico Bruto en vez del Producto Interno Bruto.
En su caso, y desde la labor de la fundación a la cual representa, Zhou está impulsando un cambio en el artículo 26 de la Constitución de China para que el gobierno sea aún más responsable por una reforestación con enfoque ecosistémico, que no solo vea árboles sino la infinidad de relaciones existentes entre los organismos.
“Los árboles por sí solos no nos pueden garantizar servicios ecosistémicos”, subrayó Marchetti.
Si bien McGuire coincidió con Zhou y Marchetti sobre la visión de ecosistema, también señaló que las plantaciones forestales pueden ser una herramienta para restarle presión a los bosques naturales. “En cuanto a las plantaciones forestales, debemos entender su importancia y necesidad, aunque no garanticen el mismo nivel de biodiversidad. En algunas zonas del mundo podríamos utilizar la reforestación para responder a emergencias específicas y aliviar la carga de los bosques naturales”, dijo McGuire.
En el 2020, la meta mundial es recuperar 250 millones de hectáreas. “Es un plan ambicioso, pero muchos países están trabajando seriamente en él”, destacó el funcionario de FAO.