Salida de los jicareros hacia Wirikuta (Real de Catorce) Foto y texto: ARTURO CAMPOS CEDILLO
LA JORNADA JALISCO
Hay lágrimas en casa de Marcelino, su esposa e hijos lloran, año tras año la despedida es dolorosa, los jicareros que parten a Takata han visto la misma escena en sus casas de adobe.
La familia Robles está en la cocina, la luz de las nueve de la mañana se filtra por pequeñas ventanas que dan al oriente, creando un ambiente imprevisible.
A un día de camino, con su respectivo subir y bajar de la barranca en la Sierra Madre Oriental, Takata es el destino inicial, es uno de los lugares sagrados de los wixáricas, donde pedirán “que les vaya bien en el camino a Wirikuta”.
Allí, en Takata, dejarán ofrendas y volverán a Las Latas, una de las comunidades donde se encuentra uno de los kalihuey o templos mayores, y donde prepararán la peregrinación a Wirikuta (Real de Catorce) para “cazar” a Wikuri.
Quien ha realizado la peregrinación conoce el sacrificio, por eso se ponen tristes, son varios días de ayuno, largas caminatas entre barrancas y el desierto, noches a la intemperie.
Nicasio, uno de los vecinos de Las Latas, señala que en esta época y a esta altura son fuertes y frías las ráfagas de viento que además forman alianza con un sol cenizo que no calienta.
El ir y venir de colores, de sombreros con plumas, de huaraches y uno que otro violín, avisan de la premura en el centro ceremonial; una mujer se limpia las lagrimas arrinconada a un lado de la casa del hermano mayor, los niños juegan a las canicas en el patio del águila y el momento llega.
El cuerno suena, el sonido va, juega y rebota en eco entre el cerro del Las Latas y el cerro del viento donde dicen que se junta la lluvia.
Por fin salen del Kalihuey, son unos 30 hombres, algunos van sonando su cuerno, otros el violín; todos van decididos y cruzan el patio, rápido dejan atrás el centro ceremonial, alcanzan el callejón y se pierden entre el polvoriento camino. Regresarán dentro de varias semanas y “hablando al revés” después de su encuentro con Wikuri.